NUEVA POMPEYA, DE LA TERTULIA EN LA VEREDA AL BARRIO MODERNO QUE ES HOY
Por Luis Alberto Romero | Para LA NACION
Clotilde nació en Nueva Pompeya en 1926, siete años después de los sucesos de la Semana Trágica. Hizo la primaria en la escuela parroquial y luego siguió corte y confección en la escuela de las Damas de San Vicente de Paul. Desde entonces, participó activamente en la vida de la parroquia: misa diaria, novena, comunión semanal, cuidado del templo, procesiones, pero también en las actividades sociales o recreativas, como la kermés, el baile o el cine parroquial.
En una de las reuniones sociales conoció a quien fue su esposo, también alumno de la escuela parroquial. Lo curioso es que él era hijo de un inmigrante italiano socialista que llegó al país huyendo de la persecución fascista. La madre de Clotilde -al igual que una de sus hermanas- también era una activa socialista, a la que Clotilde recuerda cantando la Internacional con emoción y entusiasmo.
Estas historias cruzadas no fueron extrañas en un barrio originariamente obrero, anarquista y socialista, donde era fama que la bandera roja era más conocida que la celeste y blanca. En esta tierra de infieles, en 1900 los padres capuchinos navarros instalaron la iglesia de Nuestra Señora del Rosario de Nueva Pompeya. Santuario y parroquia a la vez, desarrolló desde 1920 una intensa acción barrial, a la que pronto se asociaron los padres de la Obra de Don Orione, en la cercana Colonia Obrera, y las Damas Vicentinas. Surgieron así numerosas instituciones culturales, sociales, educativas y recreativas. A la Adoración Nocturna de la Virgen se agregaron las Hijas de María y la Congregación Mariana, los niños exploradores, el consultorio médico y, sobre todo, el cine, cuyas codiciadas funciones servían de premio a los niños que habían cumplido con el catecismo.
Esa red apuntaba a estimular lo que la Iglesia llamaba «vida civilizada». Su objetivo principal era la enseñanza del catecismo y la incorporación formal de los niños a la Iglesia. Pero en estas barriadas crecidas espontáneamente, como las fábricas en este caso, las parroquias suministraban enseñanza elemental, compitiendo con las escuelas públicas o supliéndolas, y se preocupaban por la capacitación y por el entretenimiento, de decencia garantizada.
La Congregación Mariana estimulaba entre los jóvenes la misa diaria y la comunión semanal y también les ofrecía un salón con juegos de billar o de cartas, una cancha de básquet o de fútbol, donde el párroco se entreveraba con los muchachos. Los niños hacían sus tareas escolares en la doppo scuola o se sumaban al batallón de scouts, y las mujeres jóvenes, a las clases de corte y confección, de inglés o de dactilografía. La gran diversión para chicos y grandes era el cine. La parroquia dispuso durante mucho tiempo de la única sala del barrio, donde podía verse lo que la celosa censura del párroco autorizaba: Tom Mix era aceptable, pero no «las de amor», o al menos los besos largos.
A principios de siglo la Iglesia había combatido contra anarquistas y socialistas. Luego su propósito fue reconstruir un imaginario católico en una sociedad fuertemente laica y secularizada. Sus enemigos seguían siendo los socialistas, pero también los protestantes y la escuela laica o «escuela sin Dios», pero sobre todo la «vida moderna», que incluía el baile, el cine, las mujeres que fumaban o simplemente las que dejaban su hogar para ir a trabajar.
Hubo un programa de recristianización militante de la sociedad, que dio coherencia a todo el sistema de instituciones de la parroquia, y fue la antítesis de la cultura laica, liberal y secular. Para la Iglesia, se trataba de un gran combate. Para la gente, las opciones no eran tan definitivas, e hicieron un uso más instrumental de lo que se ofrecía: podían pasar libremente de la biblioteca socialista al cine parroquial, sin por ello adherir de manera definitiva a uno u otro mundo. Así, una madre socialista, como la de Clotilde, podía mandar a su hija a la escuela de monjas, diciendo «mal no te van a educar».
Hoy Nueva Pompeya tiene poco que ver con aquella barriada. Las calles están asfaltadas y el Riachuelo, canalizado. La imponente basílica está rodeada de edificios, tiendas y supermercados, y el mítico puente Alsina apenas asoma al fondo de la avenida Sáenz, donde proliferan los inmigrantes bolivianos.
Además de protestantes hay evangélicos y hasta umbandas. La escuela parroquial ha llegado a ser el Instituto Nueva Pompeya, el centro de las Damas Vicentinas se transformó en el colegio San Vicente de Paul, y hace mucho que no hay allí monjas.
La Colonia Obrera conserva su aspecto popular, pero es muy diferente de la cercana Villa Zavaleta. El tránsito y los televisores han acabado con la antigua tertulia de la vereda. Y, sin embargo, con nuevas formas, algo hay en Nueva Pompeya que recuerda el viejo barrio ubicado en el borde mismo de la ciudad normal y organizada..