LA FELICIDAD SEGÚN CAMPANELLA

por Laly Montes

Tengo que tener un equilibrio de sensibilidad para hacer lo que hago y de insensibilidad para vivir en el mundo en que vivo. Ese es mi conflicto. Si bien tengo estabilidad laboral ahora, ésta me llegó después de 20 años de trabajar en esto y mientras, no hice nada más que curtir una piel de rinoceronte”, señala JUAN CAMPANELLA

Si hay una postal que Juan José Campanella (50) conoce de memoria es el amanecer. El director de la exitosa cinta “El secreto de sus ojos” se levanta cuando el reloj marca las seis y la aurora es un espiral de grises y luces tentadoras para el suicida.
Con la mirada eclipsada por el invierno americano e instalado en Los Angeles la mitad del año, el argentino emprende rumbo a los estudios Fox, donde en este momento graba “House, M.D.”.
Aunque no sin antes lanzarle un beso a su hijo de dos años desde el umbral de la puerta y coger el violín, instrumento que estudia de forma autodidacta y con el que anestesia el seso cuando la cámara se apaga.

La escena es tan cotidiana como la de cualquiera de sus filmes. Incluso de la que arrasó en los premios Goya y que está de candidata a los Oscar, como Mejor Película Extranjera.
Protagonizada por su cómplice de siempre, el actor Ricardo Darín y Soledad Villamil, lo tiene por segunda vez en esta instancia desde “El hijo de la novia”.

La posibilidad de que la historia de un agente judicial se lleve la estatuilla calva lo tiene con el corazón saltón.
“Me tomo con alegría este paso. Aunque no puedo evitar tener esperanzas, la nominación en sí es algo que le cambia la vida a la película. El premio… una lotería. Estoy tratando de mantener la calma”, dice mientras no saca la mirada de la autopista y advierte que si sale vencedor no podrá ser tan breve en el discurso como lo ha pedido la Academia.
“Hace 50 años que estoy juntando agradecimientos, así que van a tener que esperar un poco”, dice, quien pese a haber compartido candidatura en los Goya con la producción chileno-española “El baile de la Victoria”, no ha podido verla. Menos “La nana”, de la cual ha oído hablar tanto como de la peruana “La teta asustada”.
“No llegan a la Argentina. Ése es un tema que vale la pena hablar porque las comunicaciones entre nuestros países son desastrosas. Estamos tan cerca, es una vergüenza”, reclama el hombre que cree que el interés por el cine latinoamericano se debiera labrar desde la escuela.

Castaños y durmientes, los ojos de Campanella brillan detrás de anteojos y siempre se detienen en la familia. Llámese club de barrio (“Luna de Avellaneda”), restaurante heredado por seres de tu propia sangre (“El hijo de la novia”) o tribunales en el caso de su decimotercera cinta.
Isla que evoca el jubilado personaje principal mientras intenta volcar en una novela los crímenes, amorosos y policiales que han marcado su vida.

“Para mí los lazos humanos son fundamentales, sobre todo la familia que uno elige”, confiesa quien ha logrado que “El secreto de sus ojos” sea la película argentina más vista desde el regreso de la democracia en su país natal, acumulando más de dos y medio millones de espectadores.

-¿Cuánto conocías el ambiente judicial? ¿Alguna vez te citaste con alguna mujer allí?
-Lo conocía muy bien porque mi hermana vivió enterrada allí, adentro de una columna durante 30 años. Yo en cambio, nunca tuve alguna experiencia en tribunales porque tampoco la tuve nunca para casarme.

“LAS HISTORIAS ME ENCUENTRAN”

Disfuncionales, marcadas por las buenas intenciones y las cuentas del pasado, la infancia de Campanella en cambio no tuvo ese color. Más bien el director la evoca como un arco iris. “He tenido una infancia privilegiada».

Con padres maravillosos, con amigos que todavía veo. En este momento nos estamos carteando porque se van a juntar todos a ver la entrega de los Oscar en Buenos Aires”, dice con entusiasmo y es inevitable no recordar la escena de “Luna de Avellaneda”, donde el personaje de Darín llora el cierre del club donde creció y le propone a su partner de toda la vida volver a intentarlo aunque el bolsillo no les dé ni a palos.

Adverso al estereotipo trasandino, si Campanella no toma mate ni es un adicto a los asados y al fútbol es porque partió de su casa a los 23 años, momento en que decidió dejar la ingeniería por el cine y así como el protagonista de “El hijo de la novia” en una escena de hospital, decide bajarse de la neurosis e irse a la mierda.

Antes eso sí, echó en las maletas unos tangos. “Me fui a Estados Unidos. Acá estudié cine y empecé toda mi carrera, llevaba 10 años dirigiendo cuando fui a hacer mi primera película a Argentina. Volví porque sentí una necesidad interna muy grande del estilo de vida de Buenos Aires y encontré mi voz”, afirma el director que concibe el cine como una experiencia de vida y en la reconoce reincidir siempre y cuando está enamorado de una historia hasta los huesos.

Mientras su automóvil entra al estudio donde Hugh Laurie afila el sarcasmo de su doctor coraza, cuenta: “Las historias siempre me encuentran. Por eso filmo tan poco. A mí una de las cosas que más me gustan de Buenos Aires y que no he podido repetir en otro lado, es la vida de los cafés, esas charlas ajenas en las que me detengo, ya sea para apuntar ideas o participar. Me gustan mucho esas confesiones de amigos y extraños. De éstas salió por ejemplo el protagonista de ‘El mismo amor, la misma lluvia’”.

-¿Y te has atendido con el doctor House en estos años supongo?
-Sí, claro, de la molestia de levantarnos tan temprano. Él es muy amable. Una persona tranquila. Muy inglés en ese sentido. Es una persona que nunca demuestra bronca, pero a la que tampoco he visto reír a carcajadas. Es muy medido.

TRIPAS CORAZÓN

Si las películas de Campanella no pasan inadvertidas ni siquiera para los que lo acusan de abusar el sentimentalismo es porque mezclan calidad y popularidad.
Y al momento de cocinar esta alquimia, los personajes atrapados en el espacio secreto que separa el corazón de la cabeza, incómodos con sus emociones, como si llevaran aletas de buzo, son sus predilectos.

“Contar las pequeñas miserias humanas es algo que me gusta mucho. Me obsesiona ver de dónde salen sus conflictos más profundos, buscarles justificación, darles tregua. Es una moneda que tiene dos caras, porque las contradicciones, los defectos tienen a su vez un opuesto, la grandeza. He visto en la misma persona a lo largo del tiempo, cosas que según el momento me hubieran parecido las de un mezquino o un héroe. Y es que cuando tienes el panorama completo, te das cuenta de que todos somos contradictorios y complejos. Ése es el puzzle que me gusta mostrar”, agrega mientras acomoda con delicadeza el violín y de paso desnuda una de sus debilidades.

“Tengo que tener un equilibrio de sensibilidad para hacer lo que hago y de insensibilidad para vivir en el mundo en que vivo. Ese es mi conflicto. Si bien tengo estabilidad laboral ahora, ésta me llegó después de 20 años de trabajar en esto y mientras, no hice nada más que curtir una piel de rinoceronte. Esta resistencia me dejo un poco de dureza que se transmite sobre todo en el trabajo. Tengo cero paciencia con las personas que no dan más de lo que tienen que dar. Nunca he insultado a nadie. Pero me pongo impaciente”, admite y se interrumpe para saludar en español a sus colegas.

“Acá puedes vivir tranquilamente sin hablar ni una palabra de inglés. Es una sucursal de México Los Angeles”, ríe al tiempo que se traslada por la mansión de Fox y vuelve a detenerse en la mirada, a partir de la cual su última película realiza cruces notables.
“Lo que diferencia al cine de todas las otras artes son los ojos. Todo lo demás se puede hacer en teatro”, agrega.

Estirándose las ojeras frente al espejo retrovisor del auto, Campanella reconoce que así como los tipos de sus películas él también sufre de insomnio.

“Me desvelo dos veces por semana como mínimo. Sobre todo porque me interesan muchas cosas. Trato de ir al gimnasio todos los días y me devoro libros de ciencia política e historia”, afirma.
Lo que le quita el sueño sin embargo ahora es su nueva película. Inspirada en un cuento de Roberto Fontanarrosa llamado “Memorias de un wing derecho”, no sólo la quiere llevar en 3D al cine, sino que será interpretada por dibujos animados.

“Es un gran desafío, pero ya estamos trabajando en el guión por internet y dándole cuento a los personajes, sobre todo a su protagonista, un jugador de metegol”, adelanta el cineasta que volverá a escribir junto a Eduardo Sacheri, el autor de la novela (ver recuadro) de la que se arrimó Campanella para dar vida a su última cinta.
“Eduardo es un autor que ha escrito muchos cuentos sobre fútbol, y en todos ha logrado plasmar historias épicas y cotidianas al mismo tiempo”, dice sobre el escenario que él seguramente se encargará de pasar a segundo plano, para rayar otras canchas.

“El contexto de la justicia en ‘El secreto de sus ojos’, es el mismo del club, el restaurante o la revista. Una excusa. En este momento estoy fuera de los estudios y veo a mis compañeros y no me imagino a ninguno con saco y corbata como los de tribunales. Pero la dinámica de grupo es exactamente igual a la que se da en ese tipo de cuevas”, dice quien define a la cinta candidata al Oscar principalmente como una historia de amor.

Sentimiento que en su trabajo siempre enfrenta terremotos, pero no obstante sobrevive. Para hablar de los finales felices Campanella cita a Woody Allen: “Recuerdo que en ‘Annie Hall’ éste decía que uno hace estas películas para poder torcer su propia vida. Yo por suerte tengo una relación hermosa hace 11 años, pero me agarró a los 40, el resto, confieso que he vivido”, dice el director deshojando la memoria, otro de los latidos que irrigan su obra. Océano que a veces duele como bala en pecho.

“¿Qué es lo más triste que recuerdo?”, dice en voz alta y luego bucea en silencio, durante diez segundos. “He tenido momentos que viví como una depresión tremenda y no escapan al común de la gente, cosas de amor… El amor es la tumba de la felicidad. Lo digo porque tiene una intensidad positiva tan grande como la contrapartida. Si llega a salir mal, es terrible. No se compara con nada, sólo con la muerte”, confiesa.

CERRAR LOS OJOS

La certeza del fin es otro de los asuntos que Campanella quisiera convertir en película. Tal vez y como con el amor, sólo para exorcizarla.
“Me interesa la muerte, no porque la busque ni baile con ella sino porque la evito lo más posible. Me gusta la vida. Jamás he tenido un pensamiento suicida, ni siquiera en los momentos más oscuros. Pero mi película favorita de la historia es ‘Qué bello es vivir’ y es sobre un tipo que quiere morir. No soy un tipo que haya tenido cercanía con ella desde temprano. Si bien vi partir a mis cuatro abuelos en un lapso de tres años, era muy chiquito para entenderlo. Y además tenían 90 y tantos en el cuerpo. Esto se paga con que después vinieron todas juntas. En el período de los últimos cinco o seis años yo y mi familia hemos tenido una racha de mucha muerte, partiendo por mi padre. Eso te obliga a pensar… sobre todo cuando es alguien querido y uno ya no está en edad de decir soy eterno. Para irse preparando”, señala antes de entregarse a la máquina diaria y todo esa eternidad que transcurre en un abrir y cerrar de ojos.

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