La Ciudad POL

SUR: LA CASA TOMADA

por Pincho

No hace tanto releí el legendario y breve cuento de Julio Cortázar; “Casa tomada” (1947 – Incluido en su libro Bestiario). Este relato fue uno de los tantos tiroteos, -allá por los cincuenta-, en la feroz contienda peronismo-antiperonismo, cuya esencia parecía superada, pero que evalúo, bien está “reciclada” por estos días.

“Casa Tomada” narra la historia de dos hermanos que heredan una casa. Amplia y por demás acogedora. En ella vivieron de chicos y a raíz de causas que no develaré, -para que tengan ustedes la oportunidad de leerlo-, en un momento dado, asisten a un fenómeno amenazante; ese bien único y tan preciado va siendo ocupado de a poco por extraños que avanzan desde los fondos hacia el frente de la vivienda. Los hermanos se dejan ganar por la inacción para luego escapar con lo puesto. Tiemblan con tan solo escuchar los ruidos de los ocupantes. A su paso rompen paredes y puertas e invaden de a poco todos los espacios parar apoderarse de la casa sin que sus dueños hagan nada.

Este cuento, -discutido por Cortázar (tildado entonces de “gorila”) en cuanto a su analogía con los tantísimos provincianos tentados a venir a la ciudad por Perón en aquella argentina de mediados de los cuarenta-, también es adecuado para estos días de furia en nuestro sur capitalino.

Pienso mucho en todos aquellos que han luchado y se han comprometido en el sostenimiento de la democracia. Cuánto nos sucede es la consecuencia de políticas erradas y nefastas, ideadas y conducidas por pésimos funcionarios –y no pocos-, que tuvimos y tenemos. Son los que no han hecho nada al respecto -salvo honrosas excepciones- desde décadas atrás por los tantos “rubros” que suelen motivar a nuestros dirigentes políticos como ser “la guita”, “el poder”, “los apetitos personales”, “el no te metas”, el “que esto lo arregle el que viene”, el “igual da lo mismo”, el “así viene la mano y no puedo hacer nada”, o, por perpetuarse, por tener las manos atadas o por estar atornillados a sus sillones.

Como consecuencia de sus inconsistentes conductas han dejado que en estos años de democracia se desvanezcan los valores, los derechos y las obligaciones que nos enseñaron a ejercitar desde chicos; venga uno ya de las familias más humildes o de aquellas más acomodadas. Con códigos implícitos que no debíamos romper por el bien del prójimo y que a la luz de los hechos actuales, hará creer, -y muy equivocadamente-, a las nuevas generaciones: que esto es y que así funciona la democracia en tiempo real.

CALLES Y BARRIOS TOMADOS

Sobre la “SENSACIÓN DE INSEGURIDAD”, conocemos bien las muchas medidas preventivas que practicamos antes de salir al mundo diario. Si salimos temprano al trabajo, llevamos algo de plata, -lo justo para el colectivo-, por si nos roban “para darles algo” y “para que no nos peguen”. A la noche salimos junto a otros vecinos a sacar la basura. Nos vigilamos y nos protegemos por la mañana cuando nos vamos a trabajar o por la noche al regresar. Al volver de una salida dominguera lo hacemos por calles o avenidas más seguras. Cruzamos lento y en rojo los semáforos porque sabemos bien que si nos detenemos somos un blanco fácil. Si no tenemos garaje en casa el coche lo dejamos fuera cuando llegamos tarde y así podemos entrar a casa rapidito. Pero si tenemos garaje, damos una vuelta más y revisamos que no haya extraños merodeando, para luego con más tranquilidad, entrarlo. Hacemos en remis lo que antes hacíamos en colectivo (y a sus chóferes no solo los asaltan sino que encima los mutilan) ya que son cada vez más las empresas que no prestan servicio en horas de la noche. Nuestra frase de cabecera es; “Me asaltaron. Me llevaron todo, pero por suerte no me lastimaron, ni me mataron”.

Lo descripto me retrotrae a mi infancia. Entonces nuestros padres salían a la calle a la tardecita a charlar con los vecinos y compartían unos cuantos mates hablando de todo. Entre tanto, el piberío tras la alegre salida del “cole”, jugábamos nuestros juegos cargados de imaginación e inocencia (y baratos, por cierto…) Estábamos tranquilos y nuestros padres lo mismo. Con una mirada y la solidaridad de los vecinos bastaba para controlar que todo estuviese en órden.
Distinto de hoy día. Muy distinto. Hoy los chicos están encerrados en sus casas con sus computadoras o sus play-station. Podrán gozar del afuera aquellos cuyos padres puedan pagar la cuota de un club de barrio donde la familia entera tiene acceso. Aunque tengan bicicleta, difícil la usen en la calle. Menos jugar en la calle. Porque las calles, nuestras calles, no son amigables. ¿Es que la vida ya no vale nada?

Casas con rejas y con mastines. Con alarmas y puertas blindadas. Con muros altos con vidrios de botellas y púas. Con cámaras de video o en calles con vigilancia privada (aquéllos que pueden) Así vivimos. Así queda marginada la mayoría de la gente que no puede pagar todas estas “medidas preventivas”. Son los que se juntan en distintos horarios para proteger a sus familiares que vayan o vuelvan del trabajo. Todo es digno de visiones surrealistas, films sobre cárceles, de campos de concentración o de terror o de ciencia ficción.

El infatigable aumento de las villas de emergencia en lugares públicos (y hasta hace poco impensados) se sufre en los chicos que delinquen por lo paupérrimo de la calidad de vida diaria y por el destino que avizoran. Y no descubro la pólvora cuando digo que las villas son la consecuencia directa de muchos años de indeferencia y de políticas equivocadas.

Nacieron por las migraciones del interior del país hacia los centros urbanos para tratar de ganar un peso (un país rico con gente muy pobre). Sumándosele una inmigración descontrolada (inexistente en el mundo) desde los países limítrofes. En nuestra política de puertas abiertas recibimos por lógica, tanto a buenas personas como a malas. Sin descuidar que muchos inmigrantes son traídos como mano de obra barata y son por ello esclavizados, agrandando cada vez más la problemática.

Nos doblega el temor. Vivimos una era de encierro. De no caminar más que por obligación o caminar resignados, esperando que la perinola del destino no nos muestre la cara del “todos ponen” y seamos violados, derrotados y humillados; porque a pesar de nuestros esfuerzos, perderemos en minutos lo mucho o lo poco logrado. Entonces nuestras vidas cambiarán. Nuestro futuro estará comprometido y no tendremos respuestas ni sabremos como arrancar.

LA OTRA CASA TOMADA

En la ciudad de Buenos Aires revivimos a cada rato la odisea de los hermanos del cuento. Vemos como la usurpación de espacios avanza inexorable y como son avasallados los derechos propios y los comunes.

¿Acaso calles y veredas de Buenos Aires no están tomados? ¿Las avenidas céntricas no están tomadas por los
piqueteros y los limpiavidrios? ¿Y las veredas no están tomadas por los vendedores ambulantes? ¿Y los espacios públicos y los privados? ¿Los Parques enrejados no están tomados? ¿Los puentes y las rutas no están tomados? ¿No toman las escuelas? ¿Las fábricas y comercios víctimas de luchas sindicales y ferias ilegales no están tomados? ¿Los servicios públicos, -sea por huelgas o luchas internas-, no están tomados?

Muchos reclamos son justos. Pero sin ninguna otra herramienta de negociación que no sea el impedirle al prójimo lo que sea. El apriete por el apriete nomás.
El prójimo es para los tomadores un convidado de piedra y por eso no les importa nada. Somos pendulares en nuestra concepción y ejercicio de nuestra joven democracia. Permitimos que una minoría violenta con sus métodos se vayan apoderando de todo, ante la mirada atónita y la bronca de la mayoría silenciosa. Hay quienes viven de recuerdos y otros de recuerdos de recuerdos, pero es la imagen triste de la realidad la que los trae de vuelta al hoy.

¿No están tomados Liniers, Mataderos, Pompeya, Parque Patricios, la Boca, Soldati, Lugano, Villa Riachuelo, el Once, Constitución, Retiro y otros? Esta violencia descarada vulnera el derecho de los que por convicción no se apropian de nada y que ven que hay quienes usurpan lo que sea, sin que actúen (a tiempo) los poderes de turno.

TRISTE, SOLITARIO Y FINAL

Las dos casas tomadas son igual de importantes. Una es gravísima porque se trata de nuestras vidas y cuán fácil es perderla por estos días. La otra, la segunda, es por tantas políticas de gestión que no hacen lo que deben.

¿Y señores políticos? ¿Que hacemos? ¿Canturreamos el eterno y vigente Cambalache de Discepolo? ¿Van a seguir permitiendo que una vida mejor para el pueblo se les siga escapando de las manos? ¿Quién será el que le ponga el cascabel al gato? ¿Como se recupera y como paramos esta locura? ¿Es posible una vuelta a aquel pasado memorable y no tan lejano? ¿Que debe hacer la mayoría silenciosa que todavía cree en este bendito país y se desloma a diario para vivir dignamente?

Es lamentable reflejar tantas preguntas y no arriesgar respuesta alguna. Yo no las tengo. Inseguridad que le dicen. Las dos casas tomadas son igual de importantes para el crecimiento de una nación seria.
Si quienes nos gobiernan, -del color que sea-, no tienen el coraje y la capacidad necesarios para encauzar este desmadre, seguiremos mostrando al mundo esta decadencia que los argentinos no merecemos.

NI BLANCO, NI NEGRO

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