Como le comentara en su momento, me mudé. El edificio y la gente, son distintos…de categoría, que le dicen. El departamento propiamente dicho, es “divertido”, como dicen algunas señoras al seleccionar el jueguito de muebles que están a punto de comprar para su hijito, sobrinito, ahijadito, etc. Tiene mucha luz, y las comodidades necesarias como para que un tipo como yo, se sienta a sus “anchas” – en éste caso, las mías-.
Pero…porque siempre hay un pero, el hecho de estar acompañado de mi mujer y mi perrita, ya me ha generado algunos contratiempos. Le aclaro que los contratiempos, son consecuencia de mi perrita, nunca de mi mujer.
Le explico. Poseo dos balcones. Uno que mira al sur en el living, demasiado angosto, tipo francés, y el otro que mira al este en el dormitorio, lo suficientemente amplio y confortable. Es en éste, donde mi perra, luego de andar deambulando por dos días, sin comer, pillar ni cagar, finalmente depositó sus primeras y consiguientes “deposiciones”. Para que Ud., tenga una idea, se trata de una cocker spaniel, tan pero tan mansa, que hasta se le puede operar sin anestesia, ¿comprende?. Por otra parte su tamaño de entre mediano y chico, no ladra, ni jode para nada.
Hoy, luego de haber procurado infructuosamente sacar mi DNI, en uno de esos Centros denominados de trámite rápido, y aprovechando además el éxodo masivo que ahora sí se hace sentir, caminé unas cuadras como para entretener al esqueleto. Luego de tomar un buen baño, me dejé caer sobre la cama de dos plazas. El ruido característico del sonido del portero eléctrico, me obligó a reincorporarme. Levanté el receptor, y una voz masculina me dijo, (sic). “Perdone señor, soy su vecino del 10º piso, y lo molesto para pedirle tenga a bien adoptar alguna medida, tendiente a que el pichín de su perrita o perrito, caiga a mi balcón”. Le respondí en los mismos términos, asegurándole me abocaría de inmediato a resolver tan desgraciada situación. Fue otro el trato, fue otra la manera. Sin embargo, fíjese que en tanto a la señora, el pequeño sorete de mi perrita, no le generaba ningún problema “directo”, salvo el “verle” a una distancia que aún le debe hacer más pequeño, se expresó agresiva e histéricamente. El vecino de abajo, quien por un descuido mío, vé caer “cual cascada” sobre su balcón, la meada de mi perra, no por ello perdió la cordialidad ni el respeto. Punto.
Por supuesto que deberé encontrar el mecanismo más práctico que me permita vivir con mediana tranquilidad, sin estar pendiente de los soretines y pishin de mi perrita. ¡No; le puedo asegurar que en ningún momento pasó por mi cabeza la idea de regalarla, y menos aún de “matarla”. De mi perra, todos los días aprendo algo. Habrá llegado la hora de, a modo de devolución, enseñarle que en lugar de hacer sus necesidades en el balcón, comience a hacerlo sobre la cama que mi mujer repasa todos los días.
Ricardo Jorge Pareja