LA PRIMERA Y ÚNICA VEZ QUE MI VIEJO ME MINTIÓ

Mal puedo abordar el tema, sin antes hacerle saber que curiosamente, o no tan curiosamente, mantengo intactas en el recuerdo, situaciones que me tuvieran como protagonista siendo apenas un niño “de cuna”, y en contrapartida, me cuesta y mucho recordar, algunas en las que me viera involucrado, hace apenas una semana atrás. Ud., me dice que le pasa lo mismo, y que semejante circunstancia, de modo alguno puede ser materia de preocupación. Se lo agradezco; me evita Ud., una nueva e infructuosa visita al siquiatra.

Y estoy viendo la cara de mi viejo asomada a mi cuna, diciéndome: “Ud. es un macho, y los machos no usan chupete”…también que sus palabras fueron suficientes como para que torpemente quitara el chupete de mi boca, y se lo entregara, para nunca más volver a usarle. Cuando consulté con mi madre semejante recuerdo, ella me aseguró que “sí había pasado”, y que para entonces yo tenía tan solo un año de edad. Punto.

Ya siendo más grandecito, tres años y pico, mi viejo me mintió por primera y única vez. Me dijo que me llevarían a la peluquería a recortarme los rulos. Efectivamente; siendo pequeño, tenía rulos, así luego me haya convertido en un “ralón” con todas las letras. Y recuerdo que hacía mucho frío. Me abrigaron protegiéndome además con una manta, o una frazada…no lo tengo demasiado claro. En uno de los pocos coches que había y circulaban por la ciudad, donde para entonces el tranvía era el medio de transporte preferido, me llevaron hasta un lugar extraño. Apenas recuerdo que había otros chicos, y cada tanto se abría una puerta que tenía escrita una breve leyenda que no podía descifrar. Llamaba mi atención, el hecho que los chicos ingresaban, y al salir, a los pocos minutos, lo hacían llorando mientras el papá o la mamá les cubría la boca “con algo blanco”. Cuando mi viejo me tomó la mano para trasponer esa puerta, solo pude ver a un señor sentado sobre una enorme silla. Mi padre me colocó sobre su falda, y este, apenas abrazó mi pequeño cuerpo, tomándome por detrás. Fue entonces cuando apareció otro hombre vestido de blanco, que tenía colocado sobre la frente, un espejo redondo. No puedo recordar si abrí la boca o me obligaron a hacerlo. Sí en cambio, que el hombre del espejo se aproximó, metió algo grande dentro de ella, y acto seguido comenzó a brotar abundante sangre. Mi viejo que tomó nuevamente de la mano para que bajara de las faldas del primer señor, acercándome a una especie de tacho, dentro del que no dejaba de vomitar sangre. No había sentido dolor, pero “la impresión” fue tan grande  que comencé a llorar y a gritar. Con ese “algo blanco”, mi viejo cubrió mi boca, y juntos salimos del interior del recinto de la tortura, donde aguardaba mi madre, también llorando. Me tranquilicé prontamente. Volvieron a colocar ese pesado abrigo sobre mi cuerpo, y regresamos a casa, donde nos aguardaban el tío y la tía que más amé en mi vida. Ella, hermana por parte de mamá; el casado con ella. Abrieron un enorme paquete que contenía “helados”. Me lo ofrecían con cucharita, y lo comía, degustando  la poca pero grata variedad de sabores. Punto; no recuerdo más. A los pocos días y como pude, me enteré que me habían operado de “la garganta”, quitando dos enormes amígdalas que a decir de mi médico, había que extirpar. Miraba a mi viejo con recelo, en tanto éste, nada me decía. Estaba enojado con él, aún a sabiendas que “no había sido el encargado de pergeñar la operación”. ¡No podía perdonarle la mentira!, y entonces me costaba el dar crédito a lo que me había dicho, el día “del chupete”.

Por supuesto que después lo comprendí todo, y volví a ver en mi viejo querido, a ese hombre que sería incapaz de “fallarme”. No lo hizo nunca más. ¡Perdone!; también supe que esa frase escrita en la puerta que no podía descifrar, apenas rezaba, “consultorio”.

Ricardo Jorge Pareja

parejaricardo@hotmail.com

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