Y me quedo con aquella definición respecto a la indiferencia, como “aquel estado extraño e innatural en el cual, las líneas entre la luz y la oscuridad, el anochecer y el amanecer, el crimen y el castigo, la crueldad y la compasión, el bien y el mal, se funden”.
Pienso en mi perrita cocker. Las veces que he enfermado, o he debido estar postrado por alguna que otra circunstancia, no hubo manera de separarla de mi lado. Se negaba a comer y hasta a beber agua. Mi perrita cocker, no razona, apenas se expresa y moviliza por “instinto”. En eso hemos concluido los humanos.
Me quedo con los rostros de la búsqueda desesperada; con esos otros rostros que navegan en la tragedia que agota toda posible capacidad de comprensión. En un tiempo no muy lejano, se integraran a otros tantos que atesoro en el registro de la memoria. Doy gracias a Dios por llevarles conmigo. Doy gracias a Dios por no ser alguno de esos rostros, y sobre todo, por no formar parte de esa legión igualmente humana de la indiferencia.
Ricardo Jorge Pareja
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