Los vendedores callejeros, que fueron desplazados por el gobierno porteño de la calle Florida, mudaron su conflicto con los comerciantes a otros barrios de la Ciudad. Según la CAME, hay unos 2641 manteros en actividad.
La venta informal crece sin cesar en la ciudad y lo que antes eran algunas mantas en las calles más transitadas ha mutado y convertido en verdaderas ferias al aire libre, que se ubican en las veredas de la ciudad durante los fines de semana, según publica hoy el diario La Nación.
«No se puede caminar. La gente viene con los carritos para comprar al por mayor, pero las mantas ocupan casi todo el ancho de la vereda y no se puede pasar», resume indignada Marisa Shin, encargada de un local de ropa en la calle Avellaneda al 3100, en Floresta. «Se hizo costumbre. Llegan a partir de las 8, se ubican y se quedan hasta las cuatro de la tarde. La policía no hace nada y si les pedís que se corran, se arman peleas», resume Shin la problemática del barrio.
A la venta sobre la calle se exhiben medias, ropa interior, pantuflas, carteras, cinturones, anteojos, fundas de celulares, entre otros objetos. «Cada vez hay más vendedores en la vereda, no son competencia directa, pero ocupan cada vez más lugar y es muy molesto para los clientes. No podemos echarlos y cuando los de la municipalidad los sacan, vuelven. Lo peor lo vivimos los sábados, que toman casi toda la vereda», admite Yoon Ji Woong, que trabaja en la tienda de ropa Iyess.
De hecho, la Confederación Argentina de la Mediana Empresa (CAME) confirmó que las zonas de Floresta y Once son donde más crecimiento se observa de venta informal. En diálogo con La Nación, el secretario de CAME, Vicente Laurenzo, afirmó: «Se ha generado una lógica comercial basada en la venta ilegal, que crece porque es un negocio formidable. No son sólo las ferias en las veredas, sino cuando se subalquilan espacios de 1×1, hasta dos veces por día. Lo que llamamos Saladitas». En el último relevamiento de la CAME, se observaron 2641 manteros vendiendo en la vía pública en la ciudad, lo que en febrero generó una facturación de 52,4 millones de pesos, según la misma fuente.
La zona de Once, cerca de la estación, es una verdadera feria a cielo abierto. Los puestos callejeros colman las veredas.
Alcanzar el mostrador de la farmacia situada en la esquina de Pueyrredón y Perón es casi una odisea.
La entrada se encuentra cercada por obstáculos. Un perchero del que cuelgan carteras ocupa un tercio del espacio transitable. Al lado un hombre toma asiento sobre una lata de pintura: es el cuidador de algunos de los centenares de objetos cercanos.
«La situación es muy complicada. Tenemos siempre el local con la mitad de la puerta ocupada. Vinieron los dueños a charlar con los puesteros porque obstruyen el paso, pero se retiran un poco y en seguida vuelven», explica Silvio Pintorelli, vendedor del local.
«El tema es muy delicado, si los tratamos mal puede desencadenarse una situación violenta y no es lo deseable; pero hay gente que no entra porque ven la puerta llena de gente», sintetiza.
La esquina de enfrente es una feria gastronómica con variados platos en venta que, por 15 pesos, prometen al transeúnte una comida suculenta, aunque de dudosa salubridad.
Carne pochada, lomo con papas, o escabeches se ofertan desde el piso, cerca de la alcantarilla y en medio del frenético paso de porteños.
«La necesidad es grande y hay mucha gente sin documentación que no puede trabajar de otra cosa», explica Cristina, oriunda de Perú.
Cinco minutos más tarde, la esquina parece más despejada, es consecuencia de la presencia policial en el lugar. «No tenemos gente para hacer operativos fijos, así que venimos, ellos se van y la Brigada Contravencional secuestra la comida. Ahora, si volvemos para echarlos una segunda vez, en seguida cortan la calle en protesta», relatan desde la comisaría 7a.
No son pocos los encargados de locales comerciales debidamente habilitados que aseguran que quienes trabajan como manteros son, en realidad, empleados de otras personas que los contratan para tal fin.
«A cierta hora les traen la comida, de vez en cuando pasan a controlarlos. Se nota que es una organización», asegura Sergio, desde la puerta del local de venta de ropa que tiene a su cargo en Once.
Fuente: CAME