HURACÁN, CICLÓN, TORNADO

Por: Hernán Daicich

La sensación es similar a tener un nudo en la garganta. Parece cerrarse la boca del estómago y casi como que te falta el aire, aunque podríamos decir que afuera el aire sobra. Golpes, vibraciones, estallidos, algún que otro grito y al menos una plegaria… que termine.
Cada uno sabe dónde estuvo y cómo atravesó la jornada del miércoles último, pero lo peor es que muchos no resuelven todavía hoy ese calvario. Nos estamos acostumbrando demasiado a este tipo de desenlaces climatológicos. Empiezan con un alerta y quién sabe lo que nos espera. Después de una caída de granizo brutal, se puso de moda el seguro adicional para inclemencias de ese tipo. Una avivada si contamos realmente cuantas veces vemos caer “rolitos” desde el cielo, pero un alivio cuando, al menos una vez, sentís el golpe seco en el techo de tu auto. Será hora de que aparezcan las coberturas con caídas de postes, árboles, manpostería chapas, etc. Todavía hoy, siguen existiendo vestigios de la tormenta. Alguna luminaria por el piso, ramas a montones y algún que otro árbol cerrando la calle de acera a acera. Lo que esperábamos en el verano, llegó con el comienzo del otoño. Sólo un cambio de estación.
Buenos Ares tiene ese qué se yo… ¿viste? Así como te parás a ver la arquitectura clásica de las cúpulas, arremete ante tus ojos esa telaraña de cables que cruzan de un lado a otro llevando comunicaciones de todo tipo y hasta algún tendido eléctrico al que hicieron la vista gorda. Ya varios se dieron cuenta por dónde viene la cosa. Es que del viento, y lo que se llevó, hablamos el jueves, o debo decir el mismo miércoles a la noche, cuando cámara en mano retratamos lo que parecía parte de la escenografía de una película de Spielberg. Lo que aún perdura es parte de la impericia o de la ineptitud de la clase política en el anticipo de los hechos. Es verdad, asistimos a una tormenta fuera de lo común. Tormenta en la que se arrancaron los árboles de cuajo, en la que se desplomó lo impensado y en la que hubieron menos accidentes fatales gracias a él. ¿No hace falta que aclare, no?
Lo que no se dice, es lo que se podía haber hecho. Mucho antes del fatídico miércoles. Para empezar, no se habla del acuerdo que mediante la prórroga de la ley 1877 del 2005 se le concede a las empresas de cable sobre el soterramiento de la maraña que muestra el cielo porteño, ni que hablar de la misma realidad para las empresas de servicio eléctrico y telefónico. Imaginan que si se hubieran caído todos los árboles de la Ciudad, y los cables estuvieran soterrados, alguien seguiría sin luz. El acuerdo hizo ahorrar millones a las empresas privadas y multiplicó los dolores de cabeza de los usuarios. Si una luminaria cae, se incrementa el peligro de electrocución, por lo tanto el posible accidente se convierte en desidia. ¿Cómo íbamos a saber que se caerían luminarias o semáforos?, porque de un tiempo a esta parte asistimos a este tipo de accidentes climatológicos en más de una oportunidad al año. Si el Estado no está para prevenir, ¿quién? En línea con eso se amplifica la destrucción de vehículos por derrumbe de mampostería o de los mismos árboles. ¿Tenemos algún censo de ejemplares botánicos o inspecciones por la aplicación del Código de la Edificación, o la Ley Nª 257 de verificación y mantenimiento de fachadas y balcones en el GCABA? Hoy muchos siguen sufriendo los avatares de la tormenta del miércoles, porque se debaten entre salir y dejar todo a la buena de Dios, ante la falta de luz y la posibilidad de que les roben lo poco que les quedó. Se imaginan cuanto ganaron las empresas de servicios para ejecutar las obras que les darían una mejor prestación a sus usuarios. Está claro que la corporación política hace la vista gorda para que sigan llenando sus alforjas. Es más redituable salir a dar excusas, una vez cada tanto, por las inclemencias del tiempo, que hacerse cargo del control y cumplimiento de los contratos. Ahora hace falta saber que para que el Gobierno de la Ciudad se haga cargo de los daños, los ciudadanos entran en el laberinto burocrático que les genera más problemas que soluciones, ni que hablar de los seguros en los automóviles, rápidos para hacerse agua ante los autos aplastados.
Párrafo aparte de la recorrida de Mataderos. Marquesinas, bien gracias. Arboles, algunas raíces quedaron por ahí. Cables, una telaraña por el piso. ¿Cuánto de los desastres ocurridos sobre la avenida Alberdi tienen de disparador la voladura del techo del Cine El Plata? La fotografía sacada la misma noche y confirmada en la mañana del jueves nos muestra una pared medianera desplomada por un deficiente encadenado que hizo de boca de ingreso de los vientos de más de 100 km. que terminaron por embolsar el techo de telgopor y chapa que en su despegue dio con varios carteles y marquesinas. Columnas, hasta el encadenado… el resto en voladizo. ¿Dónde estarán los planos? Estamos hablando del cine que casi demuelen y lo pararon los vecinos. ¿Estarán en condiciones de seguir la obra así como está, o los materiales se resintieron? ¿Tendrá el GCABA seguro para hacerse cargo de los destrozos a terceros? En cuanto al futuro de cine, quien sabe ¿no? Cómo se ejecutarán las nuevas partidas hasta la finalización de las obras. A lo que el viento se llevó, película de Hollywood que está en la memoria de todos, había que sumarle la proyección de un clásico argentino: Que Dios se lo pague.

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