EL BANCO NACIÓN JUGÓ EN CONTRA EN LA GUERRA DE MALVINAS

por JOSÉ CASADO y ELIANE OLIVEIRA para O Globo

En la mañana del miércoles 31/03 marzo de 1982, Guillermo Cabral llamó a la sede del Banco de la Nación, en Londres, Gran Bretaña. Desde hacía 40 años en la institución estatal argentina, más de la mitad de ese período en la mesa de tranferencias de divisas, Cabral era el responsable de la gestión de los activos del Estado argentino en la plaza de Londres, en ese momento el principal centro financiero internacional.

De paso por Buenos Aires, él recibió de la Armada Argentina información sobre el movimiento de las tropas en un conflicto con el Reino Unido, a partir de una invasión a las islas Malvinas a concretarse en las 72 horas siguientes.

En el teléfono, él encargó a uno de los asistentes en Londres (N. de la R.: el gerente a cargo era Ovidio De Andrea) la transferencia a Suiza de todo el dinero argentino guardado en los bancos en Londres. Ya lo había hecho así en 1978, cuando la Argentina amenazó ir a la guerra contra Chile. Ante el temor al bloqueo del dinero en USA, Cabral sacó US$ 10.000 millones, los envió a Panamá y desde allí redistribuyó en todo el mundo, una operación financiera planificada con un nombre en código: «Andes».

Al día siguiente, él descubrió que la junta directiva del Banco de la Nación Argentina había dado una contraorden (N. de la R.: Enrique Ruiz Guiñazú era el presidente de la entidad). Trató de deshacerla -llegó a grabar una llamada telefónica a sus subordinados en Londres denunciando «desobediencia»-. No sirvió de nada, fue desautorizado de nuevo por el directorio del Nación.

(N. de la R.: Ante la Comisión Militar Investigadora presidida por el general Benjamín Rattenbach, Cabral declaró: “El día 01/04/1982 recibí un llamado telefónico de Raúl Ibarra, subgerente general internacional del banco, que estaba en San Francisco, conjuntamente con el director nuestro, Santiago Giloteaux. Me preguntaron por qué estaba sacando los fondos de Londres. Les dije que la información que yo tenía era que era inminente el conflicto con Gran Bretaña. Y tanto el director del Banco Nación, Giloteaux, como el responsable del área de Internacionales de la entidad, Ibarra, me dijeron que en Estados Unidos no tenían ninguna información, que se desconocía el hecho de que la República Argentina pudiera entrar en conflicto con Gran Bretaña y, por lo tanto, ellos consideraban que los fondos no debían moverse. Les expresé que la información que tenía era directamente de las Fuerzas Armadas y que, si alguien tenía conocimiento de eso, forzosamente tenían que ser nuestras Fuerzas Armadas. Me dieron instrucciones de que no insistiera en sacar los fondos. Yo era subordinado jerárquico de los señores Ibarra y Giloteaux.”)

Cuando terminó la ocupación militar de las islas, el 02/04/1982, la Argentina no tenía dinero ni para iniciar la guerra: Londres bloqueó US$ 1.000 millones en depósitos, incluyendo las reservas de las Fuerzas Armadas (US$ 100 millones) para la compra de armas. En el balance elaborado por el ministro de Economía, Roberto Teodoro Alemann, quedaban sólo US$ 400 millones en efectivo. Diez días más tarde, Cabral fue transferido de la mesa de cambio a la biblioteca del banco público. Se convirtió en la primera víctima argentina en la retaguardia de la Guerra de Malvinas.
La invasión militar del archipiélago no había cumplido una semana, cuando la embajada brasileña en Londres advirtió a Brasilia: «Los bancos brasileños enfrentan dificultades para obtener recursos en el mercado internacional para los negocios de rutina. Al parecer, el Banco Real habría sido el más afectado», escribió el embajador Roberto Campos, agregando: «Los bancos quedaron atónitos».

A los 65 años, ex seminarista, diplomático con experiencia y economista dedicado fervorosamente a la fe del liberalismo económico, Campos entendía el significado, pero no ocultaba su sorpresa. Con muchas vueltas, desde el comienzo de la crisis él envió a Brasilia un montón de mensajes en los que dibujaba un escenario favorable a la Junta Militar argentina en su ofensiva contra el Reino Unido. Subestimó la magnitud de la crisis, la intensidad de la reacción británica, los reflejos en las economías latinoamericanas y el juego de poder en el continente. Ahora, asistía a los hechos insistiendo en atropellar sus teorías.

La guerra en el Atlántico Sur no fue la causa principal, pero agravó mucho la situación de las finanzas públicas en toda América Latina, sacudida por la multiplicación por 4 de los precios del petróleo durante la década anterior. Para empeorar las cosas, los Estados Unidos ejecutaron una escalada en su tasa de interés Prime -el punto de referencia para los préstamos internacionales en dólares-. Era una forma de transferir de USA al resto del mundo parte del costo del alza del precio del petróleo en las cuentas estadounidenses. Sin aliento, los debilitados gobiernos latinoamericanos comenzaron 1982 aceptando pagar intereses duplicados para renovar sus préstamos.

El conflicto agudizó la desconfianza de la capacidad de pago de las deudas externas en América Latina. Provocó un «efecto dominó», tal como luego lo admitió Campos, al informar al Ministerio de Relaciones Exteriores acerca de las «enormes dificultades» del Perú para conseguir US$ 28 millones en el Banco de Brasil y otros US$ 172 millones en seis bancos del circuito Tokio – Arabia Saudíta – Nueva York.

Algunos rechazaron negociar con Brasil «explícitamente». El Banco de Escocia, por ejemplo, lo hizo de manera «intencional», informó el embajador en Londres.

Bolivia cayó en primer lugar, cuando los británicos comenzaron a bombardear la capital de las Malvinas. El 12/05/1982, el Banco Central de Bolivia informó a la embajada de Brasil en La Paz «no poder saldar sus compromisos financieros». La deuda vencida sumaba US$19 millones con Brasil y US$ 47 millones con la Argentina. La deuda era pequeña, en relación a las deudas acumuladas en la región, pero el hecho era sintomático.

En los días siguientes, el Banco Central de Bolivia emitió US$ 9 millones en cheques administrativos a otros bancos, los cuales fueron rechazados por «falta de fondos». Bolivia tenía US$ 30 millones por cobrar de la Argentina por suministro de gas, pero no lo lograba. Este dinero «ya está siendo considerado como una contribución boliviana al esfuerzo de guerra argentino», ironizaba la embajada de Brasil en La Paz en un mensaje a Brasilia.

La Junta Militar Argentina fue a una guerra sin armas ni dinero. El país ya estaba asfixiado por una deuda de US$ 35.000 millones -equivalente al 54% del Producto Interno Bruto- antes del conflicto. Pronto pasó a la degradación económica y la palabra «moratoria» entró en el léxico de la diplomacia brasileña. Los bancos argentinos perdían depósitos al ritmo de 1% por día. Con semejante escasez de dinero, las tasas de interés subieron y los precios se duplicaron rápidamente (la inflación saltó a un promedio de 209% anual).

Bajo un bloqueo militar, financiero y comercial de Europa, mercado que representaba el 25% de sus exportaciones, la Argentina se vio económicamente derrotada, incluso antes de la confrontación militar definitiva en las islas. Solicitó apoyo a Brasil en forma de «facilidades adicionales en materia de crédito y el comercio exterior», de acuerdo al memorándum que el Consejo de Seguridad Nacional clasificó como «secreto».

Productos de uso civil y militar eran comprados o embarcados en los buques para Europa, con Brasil como origen o destino indicado. Esta ocultación de las compras y ventas argentinas, como si fueran brasileñas, involucraba el disfraz del origen del pago del seguro y flete marítimo, cuyo costo se multiplicó por 5 a causa del riesgo de navegación en el Atlántico Sur. Parte de las mercancías, cuando se descargaban en los puertos de Sao Paulo, Paraná y Rio Grande do Sul, seguían para la Argentina en los vehículos de la antigua Transportadora Coral.

La Argentina se rindió el 14/06/1982. Humillado en el campo de batalla, el país estaba sumido en una crisis sin precedentes. Coincidencia o no, 8 semanas después México hizo un anuncio inesperado de moratoria unilateral de su deuda externa. En los siguientes 10 meses, Brasil y 40 países más quebraron, y aceptaron préstamos de emergencia del Fondo Monetario Internacional (FMI).

A esa altura, la Guerra de Malvinas se había convertido en una página remota en la historia de la crisis de la deuda latinoamericana.

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