Macondo, viaje al mágico pueblo que inspiró a García Márquez
Un recorrido por las calles en las que creció el nobel escritor colombiano, un lugar en donde reina la calma y casi no se oyen motores
Por Verónica Dema | Fuente: www.lanacion.com
Víctor estaciona su bicitaxi. El Negro, se lee en la lona que sirve de techo. «Hi!», dice como el talismán para ganarse el viaje con los primeros extranjeros que ve en Semana Santa. «¡Ah, Argentina!», responde y en su voz hay sorpresa y alivio. «Hablan como yo», acota y ya ofrece su tour predilecto: los lugares que tienen algún signo del escritor Gabriel García Márquez, que nació aquí, en la pequeña localidad, uno de cuyos barrios, Macondo, inspiró al autor de Cien años de soledad. Un paseo de una hora y media por 25.000 pesos colombianos (50 pesos argentinos) a puro pedal: las dos personas que se ofrece llevar lo doblan en peso. «No hay problema, puedo, vivo de esto. ¿Fatiga? Sí, me canso, pero les aviso si no puedo más», dice el joven de 28 años, que aparenta 10 menos por su delgadez y su cara aniñada.
El clima no ayuda: la humedad es altísima y la temperatura se acerca a los 40 grados en este apacible pueblo caribeño cuyo lema es «En Aracataca no ha pasado nada, ni está pasando, ni pasará nunca. Este es un pueblo feliz». En el restaurante Gabo cuentan que «Ara» significa agua clara y «Cataca» es el nombre del cacique. A menos de una cuadra, ya arriba del bicitaxi, Víctor se detiene frente un cartel, que es la entrada «oficial» al pueblo. El rostro de García Márquez ocupa buena parte del letrero, donde puede leerse una frase del premio Nobel de Literatura: «Me siento latinoamericano de cualquier país, pero sin renunciar nunca a la nostalgia de mi tierra: Aracataca, a la cual regresé un día y descubrí que entre la realidad y la nostalgia estaba la materia prima de mi obra». Víctor espera y aprovecha para descansar.
Luego se ofrece para tomar fotos o posar junto a su medio de transporte. Cuenta, como al pasar, que aquí son muy comunes los bici taxis, que cobran mil pesos por cuadra (dos pesos argentinos). Agrega que también hay dos mototaxis y algunos pocos autos, pero, por las distancias y el costo, las vedettes son las bicis como las que él maneja: «Al principio la alquilé, pero con algunos años de trabajo me compré la mía», dice, como muestra de su progreso. Aclara que con este trabajo mantiene a su mujer y a sus dos hijas. Cuando vuelve a arrancar, Víctor ya está sudando su musculosa blanca. Aun así pedalea y no para de hablar. Quiere ser el guía perfecto de este tour por su pueblo de siempre, el único lugar del planeta que conoce.
Es pleno mediodía y se apura por llegar al Museo Gabriel García Márquez, la casa donde nació el premio Nobel y donde vivió hasta la muerte de su abuelo, justo antes de cumplir sus diez años. Sabe que, puntual, a las 12.30 cierra y ya no abre hasta casi las 15. La siesta es sagrada en Aracataca, él lo sabe bien. Los calores húmedos ponen a todo el pueblo a dormir: apenas quedarán algunos viejitos sentados en la vereda bajo la sombra, o algún jovencito bañándose en el río. «Macondo era entonces una aldea de 20 casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo» (Cien años de soledad)
A unas cuadras de allí, previo paso por una tienda donde compramos un sachet de agua fresca para cada uno, Víctor señala la escuela donde inició sus estudios «Gabito», como lo llamaban entonces. Ahora el edificio es un jardín de infantes y la escuela del pueblo es otra, a la que también nos lleva el joven taxista. De allí, a la Casa del Telegrafista. Víctor cuenta que este lugar es especial porque en el libro El amor en los tiempos del cólera la telegrafía es central: desde que la vio por primera vez cuando fue a su casa a llevarle un telegrama, Florentino Ariza se enamoró de Fermina Daza y comenzó a conquistarla con sus apasionadas cartas y a mirarla desde un banco del parque frente a su casa. «Esta misma casa que inspiró a García Márquez fue por donde pasó la correspondencia real entre sus padres; este es un lugar por el que se dice que pasa el amor», cuenta en el descanso frente al edificio descascarado al que él le imprime todo el romanticismo.
¿Quieren ver el cementerio?, pregunta luego de pasar por la plaza y la iglesia del pueblo. No lo ofrece dentro del paseo porque allí no descansa ningún García Márquez. «Son gente de otra categoría, tienen otro nivel y no están acá enterrados», dice. Decidimos ir igual antes del último tramo del tour: el barrio Macondo, que el escritor presenta como un pueblo imaginario donde habitaron los Buendía. Víctor cruza un puente, pasa el río y ya está bicicleteando en Macondo. Es plena siesta, el pueblo está quieto, feliz. Termina el paseo y salimos en búsqueda de un souvenir de Macondo, pero nadie los vende. «Están por abrir algo en la vieja estación, pero todavía no hay nada», nos dicen varios comerciantes. Tomamos fotos. El recuerdo de Macondo ya viaja con uno para siempre..