Miguel Glatstein asiste a diario a pacientes oncológicos que llegan desde Gaza al hospital Ichilov, de Tel Aviv, y destaca en diálogo con LA NACION la convivencia, casi naturalizada, entre los menores árabes y los israelíes; un testimonio de entrega, pasión y supervivencia
Por Julieta Nassau | LA NACION
«Esto no es una guerra contra los palestinos», dice el argentino Miguel Glatstein desde Israel, al cumplirse tres semanas de la operación militar israelí «Barrera Protectora» contra Hamas en Gaza. Lo dice y, además, lo demuestra. Cada día, en el hospital Ichilov, en Tel Aviv, el equipo de emergencia pediátrica que él coordina recibe a un promedio de cinco chicos palestinos que necesitan un tratamiento oncológico. Esas salas parecen inmunizadas del odio que pretenden instalar las autoridades de uno y otro lado de la guerra» La relación con los palestinos es espectacular. Los padres son muy callados, tienen mucho respeto hacia el médico. Y los chicos nos quieren mucho», cuenta Glatstein, nacido en Capital Federal hace 41 años, en diálogo telefónico con LA NACION. Entonces grafica una postal de paz en medio de una guerra que perdura, pese a los momentáneos períodos de tregua: «Los chicos palestinos se hacen amigos de chicos israelíes, todo el tiempo, hace años».
El Ichilov, ubicado a unos 60 kilómetros de Gaza, es uno de los hospitales públicos más grandes de Israel, que cuenta con médicos de todas las especialidades. Sin embargo, los palestinos llegan principalmente para hacerse estudios o recibir tratamientos de alta complejidad porque «en Gaza falta un servicio médico de alto rendimiento». «Hamas en lugar de poner plata para eso, la destina para tirar misiles y construir túneles», cuestiona Glatstein, militante pacifista en Israel, donde vive hace 16 años.
«Muchos padres [palestinos] que estaban internados cuando empezó el conflicto, se preguntan ahora cómo van a volver, si van a tener casa», cuenta el médico egresado de la Universidad de Buenos Aires (UBA). La intensificación de los ataques desde Israel a Gaza, que comenzaron como bombardeos pero que desde hace diez días también son por tierra, afectó la afluencia de los pacientes palestinos al hospital.
«Las dos primeras semanas siguieron viniendo normalmente, pero esta última semana observé que vinieron menos», comenta el pediatra.
Glatstein estima, además, que hay «muchos chicos que no pueden venir» desde Gaza, principalmente por cuestiones económicas. «Si bien ellos no pagan nada acá [en el hospital], tienen que alquilar un departamento, porque muchos tratamientos duran meses», explica.
Pese a que los más de 6200 palestinos heridos -que se suman a los más de mil muertos- se atendieron en hospitales locales y no se trasladaron hasta Tel Aviv, Glatstein considera que «la semana que viene, cuando se termine todo» van a comenzar a llegar para recibir «cirugías y tratamientos de reconstrucción».
Por su parte, del lado israelí -donde murieron 43 soldados y siete civiles-, el hospital tampoco recibió heridos por los misiles disparados desde Hamas, la mayoría interceptados por el sistema de defensa Domo de Hierro. Sin embargo, el pediatra remarca que al centro de salud fueron «muchos chicos con ataques de nervios y estrés». «Ante esas situaciones, traemos a trabajadores sociales, a psicólogos y hablamos con los padres. Los que más sufren son los chicos que viven en la frontera; son chicos de hasta diez años que nacieron con misiles explotando cerca de su casa», dice.
Glatstein es también médico reservista del Ejército israelí, por lo cual vivió muchos de los conflictos de los últimos años bien de cerca, en una suerte de hospital de campaña donde atendía a los soldados y heridos. Esta vez, por lo menos hasta el momento, no lo llamaron para cumplir con ese deber, aunque la semana pasada solicitaron su presencia en una escuela de Ashdod, donde había caído un misil fuera del horario escolar. «Me llamaron para ir a una escuela con unos colegas para que analizáramos si los chicos podían volver a ir. Pero dijimos que no, por la protección de los chicos», cuenta, y agrega que una persona de seguridad estaba en el establecimiento al momento de la bomba y resultó herido.
EL TEMOR DE SU MUJER
La guerra está presente en la vida profesional del doctor Glatstein pero también en la privada. Cuando llega a su departamento, también en Tel Aviv, lo esperan su mujer israelí, Meirav, y sus tres hijos, Tamar, Itai, y Ariel, de 6, 5 y un año y medio respectivamente, en un estado de alerta constante. Es que cada vez que suena la alarma que anticipa la aproximación de un misil, los cinco deben bajar tres pisos hasta el refugio común de todos los habitantes de ese domicilio para protegerse.
«Mi mujer está nerviosa y estresada porque cada vez que suena la alarma tenemos que ir al refugio de abajo. Y como trabajo de noche, si yo no estoy, ¿cómo baja a los tres chicos?», pregunta, reflejando el escenario que perturba a Meirav.
De esta manera, el doctor busca remarcar que «de los dos lados se vive la guerra». «Todos sufrimos mucho. Es una guerra en la que lamentablemente estamos luchando contra un mal, que es Hamas. Un mal contra nosotros y un mal contra los palestinos», opina, sobre el grupo islamista. «La gente acá [en Israel] entiende el sufrimiento palestinos. Acá no es una guerra contra palestinos», agrega.
Glatstein argumenta que si bien «esto es una guerra para protección de la gente de Israel e indirectamente del pueblo palestino», él está «a favor de que se termine ahora, de que haya un alto el fuego», un pedido que realiza la comunidad internacional cada vez con más fuerza pero hasta ahora con magros resultados.
«Este conflicto se soluciona diplomáticamente, con dos estados que traten de vivir en paz», concluye el pediatra desde el hospital, uno de los pocos lugares donde no se escuchan tambores de guerra..