por COSECHA ROJA
“No me arrepiento de nada de lo que hice. Si me tengo que romper todos los dientes me los vuelvo a romper”, dijo a Cosecha Roja Nélida Sérpico, la mamá de Octavio Gómez. Al joven de 16 años lo asesinaron el 22 de diciembre de 2005 en el Bajo Flores y ella buscó al asesino durante siete años. Hoy la justicia condenó a Facundo Emanuel Caimo a 15 años de prisión por coautoría del crimen.
Nélida habla con un hilo de voz. Se le llenan de lágrimas los ojos. “Se hizo justicia. Siempre creí en la justicia, era la sentencia que esperaba”, dijo a los medios después de conocer la sentencia. “Anoche soñé que mi hijo me decía que me quedara tranquila, que él se iba a ir”, dijo Nélida.
Para encarar la búsqueda se tiñó el pelo de negro, cambió de ropa y hasta se rompió los dientes para caminar los pasillos de los barrios Rivadavia 1 y 1-11-14. Quería encontrar alguna pista de Caimo. “Nadie sabía lo que hacía, ni mi marido ni mis otros dos hijos”, contó.
Todos los días volvía de trabajar, se ponía zapatillas y salía a buscar. Sólo tenía un identikit que le habían dado y que ella imprimió del tamaño de la palma de su mano. Así podía ver si reconocía al asesino y evitar que alguien la descubriera. También sabía que el hombre que buscaba era amante de las motos de alta cilindrada con zapatillas que le hacían juego.
Cada vez que encontraba a alguien parecido le pedía a Octavio: “haceme una señal”. Nada. Hasta el mediodía del 5 de abril de 2013, que vio a Caimo y sintió que alguien le tocaba la espalda, que le daba un empujoncito. Supo que era Octavio. Llamó a Gendarmería y les explicó por dónde podía intentar escaparse: conocía los pasillos a la perfección. Esperó, vio cómo los gendarmes lo tiraban al piso y lo esposaban.
No se quedó tranquila. Quería confirmarlo: fue a tribunales y le dijeron que la policía había detenido al presunto asesino. Ella recién contó la verdadera historia cuando fue a declarar. El marido también lo supo en ese momento, porque trabaja hasta las diez de la noche y Nélida aprovechaba. “Yo no podría haberlo hecho”, dijo el hombre a Cosecha Roja. La acompaña a Nélida callado, perfil bajo, calmo y con un sobre marrón en la mano que dice “Octavio”. Cuando ella llora, él la abraza. El resto del tiempo la admira.
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Facundo Emanuel Caimo dijo sus últimas palabras antes de escuchar el veredicto de los jueces del Tribunal Oral Nº1. Lo acusan de matar de un balazo por la espalda a Gómez en el Bajo Flores en 2005, y de haber estado prófugo durante ocho años. Lo sentenciaron a una pena de 15 años de prisión por ser coautor penalmente responsable.
“Señor juez, soy inocente y me tienen que absolver como hicieron con el anterior acusado. Tengo dos hijos que me están esperando y están sufriendo. Llevo un año y tres meses detenido. Hace seis meses que no veo a mi familia. Entiendo el dolor de la señora. Yo he perdido un familiar pero soy inocente”, había dicho este mediodía en Tribunales.
Después de un cuarto intermedio, los jueces Martín Vázquez Acuña, Alberto Huarte Petite y Luis Salas determinaron que Caimo asesinó a Gómez. Cuando vieron entrar al detenido, los familiares de Octavio dijeron por lo bajo: “mirá, no se le mueve ni un pelo”. Tampoco gesticuló cuando escuchó “culpable”.
Durante el juicio la fiscal Mónica Cuñarro mostró qué ocurrió ese día y cómo amenazaron al amigo de Octavio, el principal testigo del crimen. Cuando, más temprano, Mónica llegó a Tribunales y se encontró con Nélida se miraron de frente unos segundos sin decir nada. Se entendían así. Después la fiscal le apoyó la mano en el hombro y la alentó: “Ya llegamos hasta acá. Vamos”.
Mientras el juez leía las palabras “penalmente responsable”, Mónica volvió a mirar a Nélida a los ojos, sostenidamente. Tras la sentencia la abrazó y denunció públicamente a la policía por cómplice y a la justicia por no haber encontrado al acusado. “La presencia del Estado en esos barrios es débil. Todo queda en la ilegalidad y las bandas que trafican drogas buscan ganarse una identidad en la disputa de los territorios. Octavio murió en ese contexto”, dijo.
Cuñarro había incluido en el alegato un informe del Programa de Acceso Comunitario a la Justicia, coordinado por Julián Axat, sobre las condiciones de los barrios Rivadaviaa 1 y 1-11-14. Y había pedido los 15 años que le dieron.
El defensor de Caimo, Néstor Daniel Aguirre, había solicitado la absolución por el beneficio de la duda. Al condenado lo acompañaba su papá.
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“¿Viste cómo te nos regalás?”, les dijeron Caimo y un grupo de ocho personas que forman la banda Los Quebrados a Octavio y a su amigo, el único testigo. “Son todos transas, controlan todo”, dijo Nélida. Se habían encontrado frente a la casa 690 del barrio Rivadavia I, en el Bajo Flores. Ellos intentaron escapar y les dispararon por la espalda.
Octavio, que andaba por el barrio porque tenía una novia que vivía ahí, murió en el acto. El amigo, que también recibió un disparo, contó quién era el asesino. Lo hizo en el trayecto en ambulancia, mientras se desangraba por el tiro. Y lo repitió en el hospital, donde estuvo internado con custodia policial. Esta vez se lo dijo a la mamá de Gómez: era Caimo, él lo conocía porque vivían en el mismo barrio. Nunca más volvió a declarar. Vive con miedo y está amenazado, contó la familia de Octavio.
Desde entonces ella comenzó la búsqueda en soledad. Estaba empeñada en encontrar al asesino de su hijo. Ahora, en los pasillos de Tribunales, todavía siente los mismos dolores en el pecho que tuvo el día que se enteró de la muerte de su hijo. Aunque tiene “confianza en la justicia”.
El adolescente de 16 años estaba terminando la secundaria y trabajaba en un hipermercado como cajero. Era muy pegado a Nélida. Cuando ella llegaba de trabajar le cebaba mates y le ponía la música que a ella le gustaba: Leo Mattioli. “Necesito tomarme unas vacaciones y arreglarme los dientes”, dijo. Hoy a la noche prometió ir a dos programas de tele pero su prioridad es otra: “Antes quiero ir al cementerio”, dijo a COSECHA ROJA.