Claves de una toma de tierras (sirve para saqueos)
Una toma de tierras (tal como sucedió en la ex villa Papa Francisco), tiene toda una metodología y organización, que también sirve, parcialmente, a la hora de los saqueos (tema de moda por culpa de la Presidenta de la Nación, que lo introdujo en su oratoria por cadena nacional de radio y TV). Para el suplemento Debates, del diario Río Negro, de General Roca (y a propósito de incidentes que ocurren en la localidad Cipolletti), el periodista Carlos Torrengo entrevistó a Jorge Ossona, profesor de Historia, egresado de la Universidad de Belgrano, docente e investigador en la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA. Formado en el Centro de Investigaciones en Estudios Latinoamericanos para el Desarrollo y la Integración (Ceiladi), él es investigador del Centro de Estudios de Historia Política (CEHP) de la Escuela de Política y Gobierno de la Universidad Nacional de General Sarmiento y miembro del Club Político. Además, columnista habitual en el diario «Clarín» y otras publicaciones.
«Un saqueo es una experiencia impresionante… A diferencia de lo que creen muchos, no es una avalancha caótica. Un saqueo bien hecho congrega a no menos de cien personas y no más de trescientas, porque sólo así es gobernable y se pueden cumplir sus objetivos. La planificación se hace en los barrios a través de la red de parentesco y vecindad. El papel de las mujeres ahí es fundamental, porque muchas veces de ellas depende la supervivencia familiar o son directamente las jefas de hogar. Sus hijos, sus principales aliados, buscan participar de la emoción de la aventura. Los ‘capos’ aportamos la logística: pero los saqueos, por lo menos hasta hace poco, los hacían las familias. Los del 2001 fueron inolvidables e irrepetibles. En el ‘quilombo’ de la operación, la vida cotidiana se acelera. Te cruzás con la misma gente a la que ves todos los días por la calle, pero los ves enceguecidos tratando de acaparar cosas. Hasta nosotros tenemos miedo de perder el control, porque es como si todos estuviésemos alucinados. Después, todo el mundo se encierra temiendo que le vengan a sacar el botín acumulado ‘los rastreros dragones’ y sobreviene un silencio profundo. Muchos se sienten culpables y avergonzados». Samuel Martínez, «poronga» apodado ‘el Pampa’, que comenzó a construir poder en la bonaerense Villa Caraza hacia fines de los ’70, en la zona de las Treinta y Tres Manzanas. Su reflexión aparece en el libro de Jorge Ossona, «Punteros, malandras y porongas. Ocupación de tierras y usos políticos de la pobreza».
«Una ocupación es una operación técnica: sólo se requiere una ‘banda’ más o menos organizada que se radique en lugares estratégicos del nuevo ‘territorio’. Cuando los primeros ‘punta de lanza’ ocupan sus zonas y delimitan los terrenos, un aluvión de cientos, a veces de miles, de ‘hormigas’ se pone en acción para hacerse de uno o de varios terrenos hasta que la operación de agota, casi siempre al atardecer… La condición para que todo eso no se desmadre es saber quiénes son los «porongas» de las bandas que se enganchan, con cuántas familias cuentan, qué buscan… Lo ideal es llegar a un acuerdo, porque si no hay que ‘depurar’… o ‘ser depurado’. Si al día siguiente el asentamiento se estabiliza, entonces comienza la segunda etapa: la de la aceptación del hecho por el gobierno. Por eso, las ocupaciones se hacen siempre los viernes para poder negociar el fin de semana con los políticos municipales, a ver quién ‘tiene los huevos’ de hacerse cargo del desalojo. Si las cosas se hacen bien, el lunes se pueden terminar dando vuelta las cosas y tenerlos negociando apoyos para los distintos quioscos municipales con sus socios ‘punteros’, policías, inspectores y jueces incluidos». Juan Carlos Alonso, dirigente territorial de Villa Fiorito, noroeste de Lomas de Zamora.
Testimonio contenido en el libro «Punteros, malandras y porongas. Ocupación de tierras y usos políticos de la pobreza», de Jorge Ossona.
por CARLOS TORRENGO
El historiador José Luis Romero conversó mucho con su colega Jorge Ossona sobre la investigación que éste enhebró durante años sobre el crecimiento de las villas en la capital federal y el conurbano bonaerense. Y ya con el libro en la mano, escribió que su colega -que también es etnógrafo- marca un camino interesante para develar las mudanzas sociales que signan al país: estudiar los nuevos protagonismos a partir de las jefaturas microsociales que emergen de la mutación. El trabajado aporte de Ossona se proyecta así -en el marco de la cultura de ocupación de tierras urbanas por la pobreza y marginalidad- como un aporte sustancial a la hora de reflexionar sobre esos «otros» que suelen compararse con «ejércitos de las tinieblas» sobre la «ciudad propia».
«Debates» conversó esta semana con Ossona sobre este tema. Suma, además, un análisis de lo que actualmente sucede en Cipolletti, el caso más emblemático, aunque el fenómeno se replique en todas las ciudades importantes de Río Negro.
-¿Es aventurado señalar que el okupa, tal cual usted lo sigue en su libro, al menos desde lo discursivo, no es un enemigo del sistema?
-No, no es aventurado. Y lo digo con la experiencia de años trabajando desde la historia y la etnografía, y desde hace muchos años en espacios donde las ocupaciones tienen una dilatada historia: Lomas de Zamora – Lanús. Una historia que toma forma definitiva a fines de la dictadura militar. Y se acelera tras la guerra de Malvinas. La transición ya recibe ese proceso en marcha, que luego se dinamiza. Y sí: el paradigma del okupa es integrarse al sistema. Esto se refleja muy bien en las conversaciones con ellos y con sus lideranzas, que mi libro es en alguna medida también una historia de vida de esas conducciones…
-Esas figuras emergen del relato en términos apasionantes por la forma en que construyeron poder, lo despliegan, lo relacionan. Pero por momentos surgen con dificultades para conducir lo logrado. ¿Es así?
-En general, esos liderazgos se fueron forjando en un pasado en que los reclamos por tierra tenían como respuestas el sistema de loteos. De hecho, éste funcionaba como un principio de racionalidad para la organización del espacio…
-¿A la acción le seguía el loteo?
-Puede definirse así. El loteo estaba desde muy lejos en nuestra historia. Era una alternativa correspondiente con la agilización, a partir de los años 30, del proceso de migración interna. Era algo así como principio organizador de una villa que a lo largo serían barrios con creciente urbanización. El loteo implicaba la comisión de fomento, una representación, síntesis de intereses comunes del asentamiento para mejorar condiciones de vida, dotación de servicios. Hoy, en el conurbano hay infinidad de barrios – Villa Caraza, un caso que yo he estudiado intensamente- surgidos de ese sistema. Barrios que nacieron de procesos económicos que, aún bajo problema, integraban. Pero el loteo fue prohibido por la dictadura en el 76 en clave a querer cerrar el acceso de lo «distinto» al espacio urbano. Se desalojan villas en la Capital Federal. Ese desalojo genera presión sobre asentamientos ya instalados en el conurbano. Saturación alentada por la migración interna que seguía fluyendo… En síntesis, es la mecánica de esta historia en esta parte del país.
-¿Qué son los polémicos ’60 en toda esta historia?
-Ya avanza muy condicionada la demanda de mano de obra intensiva que, hasta Arturo Frondizi incluido en cuanto a proceso, requería la industria. Comienza a expandirse el sector servicios, que demanda mano de obra menos calificada, trabajo en negro. El migrante que llega al Gran Buenos Aires a partir de los 60 se instala en condiciones mucho más precarias que las oleadas migratorias anteriores.
De los ’70 a los ’90
-¿Desde lo imaginario e incluso desde lo emocional puede hablarse de alguna diferencia de contenidos entre aquel migrante más lejano y los okupas de hoy?
-Median dos tiempos distintos. Aquellos migrantes, provenientes de economías del interior bajo problemas, especialmente de Chaco, Formosa y el Litoral, eran pobres. Pero se insertaban en un proceso que ofrecía posibilidades de superar los condicionamientos. Las tomas que se suceden a partir de finales de los 70 tienen otro rango de sujeto en relación con imaginarios. Los que protagonizan las primeras tomas en alguna medida sueñan luego con lo que les puede ofrecer la democracia que iba a llegar. Hay ilusiones de cambio, de mejora. La pobreza en todo caso todavía podía ser percibida como un estadio a dejar, a superar. Complejo de lograrlo, pero sueño al fin. Pero a partir de la reconversión económica de los 90 las tomas de plasman desde un convencimiento: la pobreza es un fenómeno irreversible. Terminante.
-¿Qué alienta esta nueva percepción?
-Nuevas identidades, concepciones de lo que implica esa irreversibilidad.
-¿La toma es un espacio más propicio que nunca para el delito?
-No está en mí reflexionar desde generalizaciones que hoy imperan en estos temas. El delito estuvo en la villa, pero era una práctica muy puntual, profesionalizada. Luego llegó la trama de políticas usando la pobreza en términos sin límites, los negocios con planos de la policía, la droga, la bolsa de delitos que existen en algunas zonas de esta naturaleza. «Esto no me interesa», «me interesa a mí» y bueno, así se sale a hacer «éste o aquel trabajito». Todo este tema forma parte consustancial de mi libro, como lo señala el subtítulo: «Ocupación de tierras y usos políticos de la pobreza»… Como también lo es y así lo investigo yo, el fútbol amateur que está ligado a la historia de las villas y las ocupaciones. La canchita es un agente socializador de primera agua en esos sectores, también un espacio para negocios ya para mostrar la decisión… la barra, la pelea, etc.
-Con la toma ¿llega la canchita?
-Juntos. Además, el caso de Villa Fiorito, que ya no es una toma sino un barrio, desgrana abolengo: Maradona comenzó ahí, en la canchita…
-En sus libros «La zona gris», o sea sobre la violencia colectiva y política en la Argentina contemporánea, como en «La política de los pobres», referido a las prácticas del clientelismo político, Javier Auyero acredita a la mujer un rol excluyente en cuanto a ejercicio de decisiones en tomas, saqueos, etc. ¿En su libro este rol no emerge muy de costado en relación con los hombres?
-No, no. Si lo lee así, está equivocado. Sucede que yo, en todo caso, investigo a punteros, capos o fundamentalmente a «porongas» que, para las zonas que investigo -Lomas de Zamora y Lanús-, han sido decisivos en la organización del proceso de ocupación… Maguila, «Pampa» Martínez, etc. Pivoteo en ellos sin descartar el rol de la mujer, incluso en materia de violencia sobre ellas… Pero dejo muy en claro que son el alma máter de esos procesos… se tiran los hijos sobre los hombros, organizan la familia, saben de las necesidades, hombro a hombro, con sus hombres…
(urgente.com)