JOVEN ARGENTINO INVENTA UNA REMERA ANTI-INFARTO

Una remera anti-infartos: el nuevo proyecto del pibe genio de Pompeya

Antes de los 20 años Gino Tubaro creó una prótesis de mano, que lo consagró como inventor. Tras haber ganado un premio de History Channel, hoy trabaja en el Centro de Innovación Tecnológica y prepara una remera que detecta disfunciones cardíacas.

por Maribel Leone

Sobre la calle Santo Domingo, en Pompeya, una mujer de unos 50 años nos abre la puerta.“Soy Marta, la mamá de Gino. El los espera arriba”, se presenta. Su casa, repleta de fotos familiares en las paredes, tiene un pequeño taller en un entrepiso, donde se ven instrumentos y manos de plástico. “Este es mi lugar”, anuncia Gino Tubaro, el joven inventor que se hizo famoso gracias a la prótesis de mano que creó con una impresora 3D. “Anoche dibujé hasta las tres de la madrugada, pero acá estamos: trabajando.”

Gino tiene 20 años, fue al colegio Bernasconi durante la primaria, al Fray Luis Beltrán en la secundaria y, en tercer año, ingresó al colegio ORT gracias a una beca. “No te puedo explicar lo difícil que fue el curso de ingreso”, cuenta este Jimmy Neutrón moderno. Para poder estudiar ahí tuvo que aprender hebreo. “Aprendió a los golpes. A los 15 días ya escribía en hebreo como si nada. También habla inglés perfecto”, cuenta orgullosa su mamá. Una anécdota de su infancia lo marcó. “Tenía una profesora de plástica que me hizo dibujar un avión en cartón sobre una tabla de madera. Yo le dije que a mí me gustaba cómo me había quedado, pero ella decía que le faltaba profundidad. Le contesté que mi avión era aerodinámico, pero ella aseguró que yo no iba a ser nada en la vida.” Su primera piedra en el camino. Un trauma.

Hoy día estudia Ingeniería Electrónica, en la UTN, y le quedan –aproximadamente– cuatro años de carrera: “Estoy haciendo menos materias porque estoy trabajando, como asesor en tecnología, en el Centro Metropolitano de Diseño del Gobierno de la Ciudad”, cuenta. En la facultad, además, conoció a su novia, con quien sale desde hace un año y medio. Y lejos del imaginario social sobre las notas sobresalientes que se supone que tiene, Gino cuenta: “En la facultad me va bien… La llevo. Lejos estoy de sacarme todo 10. Me han bochado en exámenes por cosas que, en su momento, no le presté atención, pero que después estudiaba y las aprobaba”. ¿Sale de noche como cualquier otro chico? “No me gusta ir a bailar, no le encuentro la gracia”, asegura. “Prefiero salir a tomar algo. Mis amigos son todos ‘ñoños’ como yo, tipos de negocios, digamos, pero muy copados”.

El padre de Gino nunca fue una figura muy presente en su vida. En cambio, la simbiosis con su mamá es notable. Ella es dueña del locutorio que está abajo de su casa, y se muestra atenta a lo que su hijo responde y, cada tanto, agrega: “En casa tenemos dos routers de Internet porque Gino dice que, sin Internet, él no es nada”.

A sus 17, Gino dio una charla en BARCAM (en el Centro Cultural San Martín) sobre una impresora 3D que había creado. Habló, sin vergüenza, ante 1.500 personas. Al final de la charla, un hombre interrumpió: “Lo que inventaste es una genialidad. O una terrible mierda”. Otro momento “duro”. Pero, al instante, otro asistente, Mariano Feuer –que, según Gino, es “un genio”– lo defendió. A partir de esa charla, un chico se le acercó para contarle que tenía un bar con impresoras 3D y que se podían asociar. Así comenzó Darwin, el proyecto que sostuvo con Rodrigo Pérez Weiss hasta hace poco. La dupla se disolvió por conflicto de intereses: “Jefatura de Gabinete, cuando estaba Capitanich, nos solicitó como asesores. Trabajamos ahí, pero cuando asumió Aníbal Fernández todo cambió, y yo preferí despegarme”.

Fue así que, en 2014, Gino comenzó Atomic Lab, su emprendimiento: “En Jefatura no hicieron nada para avanzar con el proyecto. Es más: me mandaron una foto en donde se veían mis prótesis en una bolsa. Fue así que decidí recuperar esos archivos y seguir solo. El problema era que mis máquinas no eran lo suficientemente complejas para continuar. Por eso empecé de cero a anotarme en concursos, hasta que gané Una Idea para Cambiar el Mundo, que impulsa History Channel”. El dinero del premio fue destinado a la compra de 20 impresoras y a los materiales necesarios para hacer las mil prótesis que estará diseñando (y entregando) en los próximos meses. Además, acaba de inaugurar el primer Centro de Innovación Tecnológica más grande del país en el predio del Centro Metropolitano de Diseño (Barracas). Su idea a futuro es poder sumar “embajadores” de sus proyectos en diversas partes del mundo, porque –dice– lo que más le gusta de su trabajo es ayudar a la gente. Y lo que menos, soportar a personas que no ayudan –los “chantas”, según él– y a los envidiosos: “El ecosistema es chico y nos conocemos todos”.

Gino busca insertarse en el ámbito de las obras sociales para que más personas puedan acceder a sus prótesis. Además, está llevando un proyecto, para fines de este año, de una remera que detecta la disfunción cardíaca: “La idea es que mida las funciones vitales y que, si uno se cae en la calle, detecte cuál es tu presión sanguínea y envíe una alerta a través de aplicaciones. También tiene un sensor, cerca del pecho, para poder detectar los pulsos y dar una alerta”. Otro objetivo es dar con alguna innovación que baje la contaminación ambiental.

Como chico sensible que es, a Gino le dolió que una vez le dijeran: “Sos un pendejo y nadie se va a asociar con vos”. Un comentario arrollador. Hoy, mirando hacia atrás, Gino ve las cosas diferentes, logrando superar sus frustraciones y resentimientos: “A la gente que me decía que no podía lograrlo, le diría que, si no fuese por ellos, no habría estado acá. Si la profesora de plástica no me hubiese dicho que mi avión estaba mal dibujado, yo no habría seguido. Hoy le diría: ‘Mirá lo bien que dibujo ahora y hasta te diseño prótesis en una computadora, y vos dibujás en papel’. Si las ortopedias no tuvieran los precios tan altos, yo no me esforzaría tanto en mejorar mis prótesis. Gracias a ellos hoy estoy en donde estoy”

(fuente: Clarín)

Salir de la versión móvil