Julián (Erich Wildpred) es un joven fotógrafo venezolano de renombre al que le diagnostican una enfermedad terminal. Para afrontarla resuelve aferrarse a cierto egoísmo y falsa superioridad que hace que, entre otras cosas, se separe de su novia al regreso de un viaje de trabajo. Hay un sueño que lo persigue y en el que aparece un tren y una vieja estación. Averiguar de qué lugar se trata es una misión que le encarga a su amigo y socio (Tristán Ulloa), para descubrir si tiene un significado que ha olvidado.
Ese lugar es Manchuria, un sitio perdido en la inmensidad de la Patagonia argentina. Y llegar allí le deparará más de una sorpresa y problemas varios, entre ellos conocer a una joven solitaria (Marcela Kloosterboer) que lo rescata de una segura muerte por congelamiento. ¿O sólo es parte de otro sueño?
José Ramón Novoa (Sicario, El don) filma este drama (que dio origen a la novela homónima de Fernando Butazzoni, que también oficia de coguionista junto al director) con una total morosidad que hace que todas las situaciones se extiendan por demás y terminen desinteresando y, lo que es peor, aburriendo. Los hechos se suman para iniciar ese viaje (que como todo viaje es doble: exterior e interior) que cuando llega tampoco se vuelve consistente. Los estereotipos en la construcción de los personajes, los vínculos rápidos y previsibles, no logran animarlos de vida ni consiguen que nos importe demasiado lo que hacen.
El paisaje es bellamente filmado y demuestra nuevamente la atracción que nuestro sur provoca en los directores de cine, pero no deja de ser pura fotografía.
Un detalle: esta película se filmó en 2007 y se estrenó en 2009, pero recién llega al país.
Un lugar lejano es un drama que ya hemos visto demasiadas veces y que no aporta nada nuevo ni distintivo.