¡FURIA!
Se ha instalado en la sociedad toda. Los titulares de todos los días, se encargan de ratificarlo; de mostrarnos descarnadamente, esta desgraciada mutación que se ha apoderado de una cantidad más que importante de ciudadanos argentinos. La violencia, la ira pregonada y estimulada desde el mismísimo Gobierno Nacional, ha sido el desencadenante. La impunidad con la que se desenvuelven vándalos y activistas que a diario ganan las calles cometiendo toda suerte de desmanes, se ha convertido en una suerte de enfermedad infectocontagiosa. Jóvenes sin contención; una programación televisiva a través de la que se ventila lo más decadente de la farándula donde el puterío, la agresión física y verbal son moneda corriente, completan el cuadro que promueve la desintegración y la total falta de respeto por el otro. Ud., me podrá decir que exagero. Aférrese entonces a sus convicciones…aférrese a la teoría de los tres monos, y conviértase en cómplice pasivo de un sistema cuya básica intención apunta a la degradación de la condición humana, otrora principal bastión que nos encaramaba entre las sociedades más civilizadas del planeta. Se ha llegado a “penetrar” al mismísimo “núcleo familiar”, ese que parecía inexpugnable y preservado de lo antiético e inmoral. La Patria Potestad, ese conjunto de derechos y deberes que corresponden a los padres sobre las personas y bienes de sus hijos, para su protección y formación integral, desde la concepción de éstos, y mientras sean menores de edad, se ha convertido en “letra muerta” del Código Civil de la Nación; así como en letra muerta, se han convertido cientos de miles de leyes, cuya aplicación conlleva la aviesamente instalada idea del fascismo. La figura del “Che” Guevara, se levanta por sobre las de San Martín, y un Sarmiento aborrecido y olvidado. Obviamente, Sarmiento sostenía que “había que educar al soberano”, hoy por hoy, algo así como atentar contra la instalación de regímenes como el que nos gobierna, y se apuntan por sobre todo a trastocar la identidad cultural de una Nación.
Y entonces, la furia en el hogar cuando un hombre rocía con combustible el cuerpo de su esposa y le prende fuego. La furia en el colegio cuando un alumno de cuarto grado lesiona o mata a un compañerito de grado, con un arma blanca o de fuego. La furia de un “festejo” que concluye haciendo añicos la vidriera de un negocio. La furia a la salida de los boliches bailables. La furia con la que profesionales disputan un partido de fútbol, donde la consigna, lejos de ser el quitarle la pelota al adversario, pasa por fracturarle una pierna. La furia entre quienes asisten a éste tipo de espectáculos o grandes recitales de música. La furia en la simple “cola” de un Banco. ¡Furia, furia, furia y más furia!.
Ricardo Jorge Pareja, parejaricardo@hotmail.com