EL MAYOR INTERROGANTE QUE GENERA UNA MUDANZA… QUIÉN NOS VA A TOCAR DE VECINO
Máxime cuando los que se tuvo, eran excelentemente recatados, e incapaces de hurgar en la vida privada de uno…bueno, cuando menos, cuando esa era la sensación térmica.
Y entonces, e inexorablemente, uno se formula una serie casi interminable de preguntas; acaso un estudiante de batería que ensaya a partir de la medianoche; la madama de un prostíbulo regenteado por Zaffaroni; un falopero, quien luego del tercer “toque” es incapaz de dirigir sus actos; un esposo golpeador o incendiario; la del oído sensible a quien molesta el sonido de ésa música que uno puso, y apenas alcanza a escuchar; el loco o la loca abandonados a su suerte, y a la de uno; el milico de noventa años que aguarda pacientemente que “le vengan a buscar”; un barrabrava que hace de su departamento el punto de concentración previo al partido; la típica histérica solterona que vive pendiente de las eces depositadas en el balcón por la mascota de uno, y un sinfín de interrogantes más que no estoy dispuesto a desarrollar. Si cabe le diga, que dejé a ésta última de postre, habida cuenta que ya tropecé con ella, suscitándose un problema menor que le comenté con lujo de detalles, en esa misiva titulada “Mi perra y yo”…si se la perdió, se jodió.
También constituye todo un desafío, la portera o el portero; la encargada o el encargado, quienes habitualmente son los “ídem” de que “la cosa”, por mínima que sea, adquiera ribetes de insospechada gravedad, y para conocimiento general.
Por esto y mucho más, la mudanza se convierte en un hecho incierto, estresante, que por lo general hace impacto en el resabio del sistema neuronal de uno.
El tema del saludo, pasa por otro lado; una simple cuestión de educación, y no es propiedad exclusiva del nuevo vecino. En lo personal, tengo el hábito de saludar…buen día, buenas tardes, buenas noches, así algunas veces no acierte con la etapa en tránsito de la jornada, ya por haber olvidado mi reloj pulsera, o estar pensando en La Señora, procurando además, e infructuosamente, desentrañar parte de su sorprendente oratoria. Si alguien no responde a mi saludo, siempre le concedo una segunda oportunidad; si persiste en su “non contest”, y en tanto la memoria de mi retina me acompañe, jamás vuelvo a saludarle, aún a riesgo de que me haya tocado “el sordo”, y me convierta en el maleducado del piso once.
Hablando del piso once, le comento que la altura es importante, máxime tratándose de un edificio en torre, paquetísimo, sin otros a los laterales, frente o contrafrente, que le hagan sombra o sirvan de reparo. Entonces el viento “chifla”, metiéndose a través de la mínima abertura del ventanal. Sin ir muy lejos, hace un par de días, estaba mirando una película de suspenso, de esas capaces de atraparnos al punto de convertirnos en protagonistas, o cuando menos en destacados actores de reparto. En uno de los pasajes más inquietantes, el sonido del viento, hizo que me levantara precipitada e involuntariamente del silloncito. A decir verdad, no me cagué encima porque antes de “ponerme a ver la película”, tuve la feliz ocurrencia de realizar una visita completa al inodoro. Y estamos en verano. No bien entrado el otoño, me dedicaré a ver dibujitos animados, en tanto no se trate de “esos” que deberían ser calificados “no aptos para menores”, ¿comprende?.
Ricardo Jorge Pareja