RECREO PARA OTRO DÍA DE «ASUETO»
¿Quién no tiene presente algún día de su existencia por lo feliz o desgraciado?. En lo personal, recuerdo uno por la sucesión de hechos que me ocurrieron. Todavía disfrutaba del privilegio de vivir con mis viejos; ser el receptor de todos los cuidados que me prodigaba mi madre, y los consejos a veces echados en saco roto, de mi padre.
Ése día me desperté muy temprano, procurando hacer el menor ruido posible, para no despertar a mi hermana con la que compartíamos el dormitorio. Deslicé las sábanas hacia abajo; saqué mi pierna izquierda de la cama, y apoyé mi pié desnudo, justo dentro de la “pelela” que ésta había dejado, y evidentemente utilizado durante la noche. Con mi otro pie, y a tientas, conseguí calzarme una pantufla. Me trasladé como pude, sin quitar mi pie izquierdo de la pelela, hasta el cuarto de baño. Me metí en la bañera, y abrí la llave de la ducha; el agua helada era prueba más que elocuente de que el calefón se había vuelto a apagar. Vertiginosamente pasé jabón a todo mi cuerpo, intentando en vano, hacerle entrar en calor. Volví a colocarme bajo la ducha para quitarme la densa y abundante espuma…el agua dejó de fluir, debido a un corte en el suministro, sin previo aviso. Con los párpados apretados para evitar que el jabón penetrara mis ojos, corrí la cortina de la bañera, y el barral que la sostenía, cayó pesadamente sobre mi cabeza. Shockeado y ciego, procuré tomar el toallón de baño; enfundé mi cabeza con él, al tiempo que escuchaba el grito de mi madre; “¡nene, te dejé la camisa nueva colgada en el lugar del toallón…ya te alcanzo uno limpio!”.
Caí sentado sobre el inodoro que tenía su tapa baja, y mis testículos parecieron estallar al golpear contra ella. Con la cabeza aún enfundada en la camisa nueva, pretendí alcanzar la toalla de cara…fue entonces cuando volví a meter mi pie izquierdo dentro de la pelela de mi hermana…quedé paralizado, y volví a escuchar la voz de ni madre…”¡nene, tapate que entro para dejarte el toallón!”. El golpe de la puerta contra mi espalda me hizo caer de bruces dentro de la bañera; afortunadamente, era muy poco lo que quedaba del jabón que me tragué.
El agua volvió a caer, y pude completar mi baño. Cuando me disponía a abandonarlo, utilizando el toallón a modo de pollera, mi hermana, evidentemente no repuesta de su “colitis”, al grito de “¡VOY A ENTRAR!”, impulsó violentamente la puerta, contra la que quedé estampado, sin atinar a cubrir mi rostro, con las manos sostenían el toallón aferrado a mi cintura. Conmocionado, me dirigí a la cocina a desayunar. Advertido que era poco el tiempo que me quedaba para presentarme en horario al examen médico de mi primer día de trabajo, abrí la puerta de la heladera, saqué un jarro con jugo de naranja, y apuré el mismo de un solo trago…no reparé en esa gran etiqueta que tenía adherida, sobre la que se leía…”orina para análisis, perteneciente a la señorita…y el nombre de mi hermana.
Desencajado e intoxicado, corrí nuevamente hacia el cuarto de baño que mi hermana ya había abandonado, olvidando utilizar el desodorante de ambientes. Tomé mi cepillo de dientes y el pomo de dentífrico, comenzando a higienizar desenfrenadamente mis dientes, lengua, y boca toda. La falta de espuma me permitió advertir que mi hermana había dejado en el lugar equivocado, el pomo de la pomada antihemorroidal.
Debí vestirme a las apuradas, justo en el momento que se cortaba la luz. Salí desesperado tratando de ajustar más y más el nudo de mi corbata, como para ceñir todo lo posible el cuello de la camisa de mi padre al mío, varios números menor.
Para llegar a tiempo, abordé un taxi; el viaje de 20 cuadras me costó 50 pesos, ya que no tenía “más chico”, ni el taxista el cambio suficiente. Por otra parte, no contaba con el tiempo suficiente como para dirimir el pleito.
El médico, luego de indicarme que me quitara la ropa, no me revisó. Simplemente hizo hincapié en la bombacha rosa que yo tenía colocada…una de mi hermana que tomé por error en la oscuridad, del interior del placar que también compartimos, convencido se trataba de uno de mis mejores calzoncillos.
Regresé a casa caminando. Mi padre y mi madre me aguardaban ansiosos en la puerta de calle; ella me dijo mirándome con orgullo…”nene, si vas a volver a utilizar el cuarto de baño, aprovechá ahora que todavía no lo repasé…después nos contás como te fue”.
Volví a meter mi pié izquierdo dentro de la pelela, solo que esta vez, ninguna sensación desagradable se apoderó de mi humanidad…todavía tenía colocado el par de mocasines nuevos.
Ricardo Jorge Pareja