Sociedad

PERO VIEJA, ¿OTRA VEZ SOJA?

prólogo del Director;

En “el negocio comunicacional” es un precepto biblíco no repetir las notas salvo que seán morbosas o desnuden alguna intimidad, pero lejos de eso, convocamos a la Profe Ostroski para esto de educar a “nos la plebe”, y cómo hay tanta desinformación y tanta información interesada; ¿que tal otra dósis de sensatéz y de rigor científico”

por la Profesora Graciela Ostroski

Si hay un tema del que mucho se habla y poco conocimiento se tiene, sin duda es el vinculado a la producción de soja.
Como bien hemos aprendido desde pequeños, nuestro país se destaca a nivel internacional como productor agrícola ganadero. Trigo, maíz, avena, cebada, girasol fueron los cultivos tradicionales de la región pampeana y el algodón del chaco; ambas regiones los alternaban cultivos con la siembra de forrajes o críando ganado; si bien producíamos a gran escala y utilizábamos fertilizantes y pesticidas, también era cierto que este sistema de rotación nos permitía sostener una situación de delicado equilibrio con los suelos.

Los suelos, capa superficial de la corteza terrestre cuya riqueza depende de la presencia de vida, son ecosistemas muy frágiles (esto significa que si no son bien tratados pueden ser fácilmente degradados) que albergan la vida de pequeños animalitos que los abonan naturalmente, las lluvias locales y la vegetación natural completaban su entramado y nos garantizaban la sustentabilidad de las tierras y por ende, de nuestra producción agrícola. Pero con la introducción del cultivo de soja, ese equilibrio se rompió.

Es conveniente plantear que no estamos hablando de la producción de semillas de soja tradicional. Esta leguminosa de la que se obtienen aceites y proteínas, es una especie originaria de China que nosotros, mediante el uso de tecnología y en nombre de un poder supremo, nos ocupamos de modificar. Así, este cultivo fue sometido a estudios genéticos y se modificó su cadena de ADN; con el fin de mejorar su productividad se le introdujo un gen de caléndula que lo hizo resistente a un pesticida, el glifosato. Hicimos nacer, creamos al igual que Dios, la soja transgénica.

El glifosato es un herbicida que tiene la propiedad de eliminar del suelo a toda hierba y arbusto que intente crecer, el nombre comercial más conocido es el de Roundup; si bien este producto ha sido clasificado como “levemente toxico” por distintos organismos internacionales, la experiencia directa demuestra que no es así. Cuando un campo es fumigado con glifosato, mueren todas las plantas que crecen en él (por supresión de la capacidad de generar aminoácidos aromáticos), salvo la soja transgénica que, titánicamente soporta las fumigaciones. No sólo mueren plantas también agonizan los animales del suelos (proceso que favorece su desertización, es decir la perdida de capacidad productiva) a la par que otras especies, tradicionales del lugar, se ven obligadas a migrar. Todo planta cae, todo el ecosistema está en riesgo, menos las plantas de soja.
Las semillas de soja transgénica y el pesticida que “las protege” son comercializados por grandes empresas multinacionales, tal es el caso de Monsanto, Nidera, Cargill, etc.. Los productores, de ser autónomos en sus decisiones terminan dependiendo de esas empresas, situación que se agrava cuando no pueden acceder a la compra de maquinaria agrícola… cosecha tras cosecha, los beneficios son menores, entonces les resulta mejor vender sus campo

Los grandes productores adquieren las propiedades y los pequeños campesinos son empujados a un destino incierto en las ciudades donde los vemos llegar, empobrecidos, y con la esperanza de encontrar un trabajo que les permita sobrevivir.

El panorama se complejiza aún más ya que, los pequeños y medianos productores son “tentados” por los grandes para que arrienden (alquilen) sus campos; esto hace que en muchos casos se siembre ininterrumpidamente soja.

Para que tengamos una idea aproximada, durante el último perìodo de siembra, nuestras tierras (porque son patrimonio de todos nosotros, los argentinos) fueron fumigadas con 17 millones de litros de glifosato, un número realmente alarmante si consideramos que este cultivo ha barrido con nuestras tradicionales producciones y que hace hoy posible que nos encontremos con soja en Salta, Chaco, Santa Fe, Buenos Aires, etc.… es decir, un cultivo que se adapta “ingenuamente” a distintas condiciones climáticas y edáficas (suelos). El paisaje se homogeniza y también nuestros pensamientos… si da ganancias, si puedo exportar, ¿que más da?.

Sacrificamos vida, diversidad, suelos, contaminamos las napas de agua subterráneas, también los ríos superficiales, las especies vegetales desaparecen y los animales junto a las personas migran, permitimos que se concentren los beneficios en manos de unos pocos mientras la mayoría, en forma directa o no, sufrimos las consecuencias.
Tal como sostiene el Manifiesto por la Vida “El reconocimiento de los límites de la intervención cultural en la naturaleza significa también aceptar los limites de la tecnología que a llegado a suplantar los valores humanos por la eficiencia de su razón utilitarista. La bioética debe moderar la intervención tecnológica en el orden biológico. La técnica debe ser gobernada por un sentido ético de su potencia transformadora de la vida…La ética para la sustentabilidad es una ética del bien común”… si no detenemos nuestra atención en ello; nuestro bien más preciado, la vida, seguirá en riesgo.

Hasta la próxima conciencia.

*Educadora Ambiental – ambientealsur@yahoo.com.

Publicaciones relacionadas

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Botón volver arriba