Opinion

Un hijo de Pompeya que partió a su eterno viaje en «globo»

VICTORDELVENTO (10)

Tal vez nunca lo hubiera imaginado cuando en el 2008 se puso al frente de este diario. No sé si lo habrá soñado cuando detrás del mostrador de la librería y después juguetería, mirando pasar a los vecinos del barrio de Pompeya y sonriendo ante cada anécdota, se preguntaría por su futuro. Ahí forjó su mirada social, rodeado de familiares y afectos que le permitieron echar raíces en el barrio. Quizás en los tiempos del Video Club, donde no paraba de enamorarse de esas escenas de película que una y mil veces habrá usado para describir una realidad siempre más jugosa que los guiones de Hollywood.

Quién sabe en algún club, Huracán o Yupanqui después, donde la pasión se adueñaba de este gordo amigo de sus amigos que te arrancaba una carcajada en el momento menos indicado.

Por ahí el que lo conoció bien sí. Ese tenía claro que las mil historias que contaba en cada reunión familiar, en cada mesa con amigos, en cada bar del sur de una Ciudad que lo acunó entre compases de alguna milonga, dulces o frenéticas sesiones de jazz, o algún que otro bolero que entonaba casi abriendo la posibilidad de la risotada, lo iban a poner alguna vez en tapa.

Es que Víctor había abrazado la profesión de periodista y, para el que se sabe buen observador, su figura queda en segundo plano. Siempre le gustó leer, sus libros fueron la columna vertebral que estructuraban sus relatos, con pasión se aferró a una línea del periodismo que entendía la ironía como ácida crítica de la realidad. Eso le exigió ser agudo, jugar siempre con el doble sentido y hasta la picaresca. Encontró en los genios de la revista Humor, primero maestros dónde aprender y luego interlocutores válidos con quienes pulir un genio inagotable que luego mostraría en detalles característicos de estas páginas. Las enseñanzas de Carlos Abrevaya, Adolfo Castello o Jorge Ginzburg fueron vitales para definir al profesional que fue.

Así forjó un perfil periodístico que se destacó por fusionar imágenes y títulos que parecían muchas veces arrancadas del ridículo. Podía enfrentarse a cualquier funcionario público de la misma forma en la que se paraba a hablar con los vecinos del barrio. Su compromiso con la vida social del barrio, en este último tiempo Villa Riachuelo, lo había llevado a colaborar con diversas causas. Siguió de cerca el cierre de un espacio en el que los animales, perros en su mayoría, colaboraban con terapias especiales a chicos con graves problemas físicos y mentales.

Empujado por su pasión y compromiso se cruzó en la vida con este diario. Una propuesta editorial nacida al calor del nuevo siglo, a la que logró torcer su rumbo, para describir casi desde adentro el sentir de la zona más relegada del distrito porteño. Trabó relaciones con muchos actores del barrio a los que siempre tendió su mano franca para encontrar las mejores soluciones, esos que hoy lo despiden con lagrimas, en este eterno viaje que acaba de emprender. Los que buscaremos darle continuidad a esta propuesta periodística, te despedimos con un sentido abrazo y un… hasta siempre querido Víctor.

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