Sociedad

«TIEMPO DE TRANVÍAS»

Evaristo evocaba así, esa época que él solía llamar “Tiempo de Tranvías”; justamente por ser ése el vehículo que más utilizaba el pueblo para trasladarse por la ciudad…

Una mañana en que el calor y la humedad caían ya temprano sobre Buenos Aires, Evaristo Gómez saboreaba un café en el bar de su barrio, en el cual había nacido y crecido hasta hacerse hombre. Estaba sentado en una mesa junto a la vidriera, rodeado por la soledad que contagia esa infusión cuando es acompañada por un cigarrillo. Tenía ante sí, la visión de hechos presentes, si bien su pensamiento era absorbido por la evocación de un lugar y un tiempo que ya eran recuerdo; precisamente aquellos en los que la gente habitaba en casas bajas, enclavadas en un paisaje con tonos sin olvidos. Ese heterogéneo “grupo humano”, era para entonces, un punto en la geografía ciudadana, conformado por gente de trabajo, que si bien tenía dificultades económicas, pensaba con optimismo en el porvenir. Evaristo evocaba así, esa época que él solía llamar “Tiempo de Tranvías” ; justamente por ser ése el vehículo que más utilizaba el pueblo para trasladarse por la ciudad.Tranvías a caballo: “Cucarachas” por la avda. Pedro de Mendoza

Al poco rato llegó al bar el “ñato” Ricardo, su amigo de la infancia, con quien Evaristo se reunía a diario para conversar. Ambos conformaban el clásico dúo de líricos de café, siempre dispuestos a discurrir acerca de como “arreglar el mundo”. Rápidamente Evaristo lo puso al tanto de “sus meditaciones”, luego de lo cual el “Ñato” se prendió en el tema. “ Pensar – dijo – que aquella era una sociedad en la que coexistían contradicciones que encerraban toda una filosofía de vida, quizás primitiva, pero sincera.»

«En los barrios todo era modesto. Solamente los edificios de los bancos, el correo y alguna que otra casa particular poseían cierto perfil importante” ; a lo cual Evaristo agregó – “ En general las casas tenían jardín al frente y un gran fondo. Las había también del tipo llamado “chorizo”, con más habitaciones que las otras y dos patios divididos por un ambiente que sobresalía del resto de la edificación, con un pasillo que los comunicaba. Las veredas, cuando las había, eran – por lo general – de baldosas ocres y cerca del cordón lucían árboles con cortezas lastimadas por esa primera cortaplumas que nos hizo sentir hombres”. Siguiendo con sus “cosas”, Evaristo añadió: – “¿ Te “acordás” de cuando usábamos esos árboles como arcos, en aquellos “cabezas” con pelota de goma, en un frente a frente de purretes soñando con llegar a ser cracks ?” y enfervorizado agregó: “ ¡Paraísos con bolitas verdes que morían amarillentas en el otoño , desparramadas secas en el suelo! ”


En tanto la conversación avanzaba, ambos iban volcando en cada frase, la nostalgia propia de quienes han vivido otra época. “Pensar – dijo Ricardo – que en ese hábitat convivían el obrero con el empleado, el peón con el “nuevo rico”, el “gallego” con el “tano”, el “ruso” con el “alemán” y el “turco” con todos”. Tiempos de correr veredas, de saltar cordones y zanjas, de escuchar el croar de las ranas y “un ladrido de perros a la luna”. Epocas en que era poco lo que había, pero todo se compartía. Tardes de seguir al hombre del barquillo para hacer girar la ruleta de la suerte o al manisero que cargaba, en su hombro, el horno de zinc que tenía una pequeña chimenea, por la cual escapaba el humo de un carbón cansado de calentar maníes con cáscara”
. A este punto lo interrumpió Evaristo – “Época donde había una relación casi de familia entre los vecinos, basada en el respeto y la reciprocidad. Tiempos en que existía “el almacén” y Don José era un amigo, siempre dispuesto a “fiarle” a quien anduviera en la mala”.Caballito: Plaza Primera Junta

“Terminemos con la farsa del modernismo para justificar lo injustificable” agregó Evaristo y continuó diciendo: – “El concepto de moral – hoy como ayer – es único y está más allá de cualquier dogma religioso o político. Sólo los mendaces intentan que la gente descrea de la verdad indiscutida. Estos “señores” cuando proceden así, buscan su propio beneficio; a la vez que pretenden inculcarle al pueblo sus prédicas vanas, mediante el ardid de hacerle creer que son verdaderos cantos al progreso. Luchar para evitar que triunfen estas prácticas deleznables, es el mejor mensaje que hoy debe proponer la sociedad a todos sus integrantes”. – “Está en nosotros no bajar los brazos – dijo Emanuel – y pelear para lograr que el bien triunfe sobre el mal”.

Terminaba de decir esto, cuando al mirar por la ventana del bar exclamó: – “ ¡Oh Dios, ya nada se puede hacer! ”, al tiempo que se escuchaba La esquina de Boedo y Carlos Calvoun ruido muy fuerte, parecido al de esos truenos que retumban en el campo y que alargan su resonancia hasta el infinito. Dos colectivos habían chocado y estaban volcados sobre la avenida. Oír el ruido y salir corriendo hacia el lugar del suceso fue un acto reflejo de los tres. La escena era de terror. Había cuerpos desparramados, se oían gritos y lamentos, algo realmente escalofriante. Colaboraron en auxiliar a los heridos, en sacar personas atrapadas por hierros retorcidos y en calmar a quienes eran presa de la histeria. Tan pronto como llegó la policía, las ambulancias y los bomberos, estos se hicieron cargo de la situación y alejaron del centro del suceso a quienes habían estado prestando ayuda hasta ese momento. Junto con las fuerzas de auxilio, llegaron los móviles de la televisión. Evaristo, Ricardo y Emanuel estaban jadeantes. Se sentaron en el cordón de una de las esquinas, con sus ropas y manos manchadas de sangre. Fue entonces cuando un periodista, micrófono en mano, se acercó al hombre más joven y le preguntó – “¿A tu juicio, cual de los conductores fue el responsable del accidente?. ¿Quién no respetó la luz roja?”. Emanuel se levantó, fijó su mirada en el periodista y repreguntó : – “ ¿Frente a este cuadro de horror y sangre solamente tiene importancia para vos averiguar quién no respetó la luz roja? ¿Sólo te interesa buscar el culpable? ” y sin esperar la respuesta, optó por darle la espalda y alejarse; reprimiendo su íntimo deseo de pegarle una bofetada.

por JOSÉ PEDRO ARESI

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