DE LA REVOLUCIÓN DE MAYO A LA INDEPENDENCIA
La relación docente- alumno se complica al tratar de explicar el período que va del 25 de Mayo de 1810 al 9 de Julio de 1816, “revolución sin independencia”. Se agrava, cuando algún inquieto estudiante pregunta ¿por qué si en España el rey estaba preso, y ocupada por tropas extranjeras, no nos declaramos independientes? ¿ese no era el contexto ideal para independizarnos?
por Ricardo Lopa (*)
La España de Carlos IV y su hijo Fernando VII ha sido invadida por los ejércitos franceses y frente a esa prepotencia extranjera se alza el pueblo español un 2 de mayo de 1808, creando “Juntas” y una Central en Sevilla. Así, teniendo por eje la cuestión nacional, se inicia la lucha heroica del pueblo español. Pero, bien pronto, ese estallido popular, esa lucha de liberación nacional, comienza a profundizar sus reivindicaciones contra el absolutismo ingresando al campo social y político (para concluir con el atraso y la injusticia reinantes, basándose, paradójicamente, en los principios de la Revolución Francesa de 1789) Este movimiento asume como referente a un hombre prisionero del invasor, que tiene derecho a gobernar España por la vieja legalidad monárquica, pero que se manifiesta, desde su reclusión, como abanderado de las nuevas ideas democráticas: Fernando VII.
Por otra parte, la revolución española –por intermedio de la Junta Central- hace saber a las tierras de América que no son colonias, sino provincias con igualdad de derechos, una prolongación de España (22 de enero de 1809). Y convoca asimismo a los pueblos americanos a que se organicen en Juntas (28 de febrero de 1810), confiando que de este modo se asegurará la resistencia a las pretensiones francesas. Como reguero de pólvora, la revolución se expande en pocos meses por Hispanoamérica, a través de Juntas y en nombre de Fernando VII, continuando así el proceso democrático español.
HISTORIOGRAFÍA LIBERAL
La posición didáctica del docente se agrava, pues la Historia Oficial Mitrista considera que Mayo fue una revolución separatista, independentista, antihispánica, dirigida a vincularnos al mercado mundial, probritánica y protagonizada por la “gente decente” del vecindario porteño. Durante mucho tiempo esta posición fue la verdad incontrastable, no discutida por docentes e historiadores.
Nuestra posición: no obstante por caprichoso trataré de refutarla, contando con el apoyo del historiador Norberto Galasso en su “La Revolución de Mayo” (Ed. Del Pensamiento Nacional, Colihue, 1994)
Los integrantes de la Primera Junta de Gobierno juran fidelidad a Fernando VII. ¿Cómo es posible que los integrantes de la Junta juren fidelidad al Rey de España, en el momento de asumir el poder encabezando una revolución cuyo objetivo sería separarse de esa dominación? ¿Qué es esto de una revolución antiespañola que se hace en nombre de España?
Con esta “pequeña” dificultad se encontraron los historiadores liberales cuando debieron explicar los sucesos de Mayo. La ocurrencia con que sortearon el obstáculo con la “máscara de Fernando VII”, es decir revolucionarse contra España pero en nombre de España, por temor, parece, a ser reprimidos.
Curioso antihispanismo éste que continuará izando bandera española en las ceremonias públicas y que incluso durante varios años enfrenta a los ejércitos enemigos (que San Martín llama siempre realistas, chapetones o godos, y no españoles) enarbolando bandera española como si se tratase realmente de una guerra civil entre bandos de una misma nación, enfrentados por cuestiones que nada tienen que ver con la nacionalidad. No olvidarse que Juan Larrea y Domingo Matheu, integrantes de la Primera Junta, eran españoles. Y que Manuel Belgrano y Miguel de Azcuénaga, se habían educado en España.
¡Curioso independientismo éste cuyos activistas French y Berutti repartían estampas con la efigie del Rey Fernando VII en los días de Mayo!
El caso límite que destroza por completo la fábula de una revolución separatista y antiespañola es la incorporación de San Martín en 1812. ¿Quién era San Martín?
Se trataba de un hijo de españoles, que había cursado estudios y realizado su carrera militar en España. Al regresar al Río de la Plata –de donde había partido a los siete años- era un hombre de 34 años, con 27 de experiencias vitales españolas, desde el lenguaje, las costumbres, la primera novia, el bautismo de fuego y el riesgo de muerte en cada batalla con la bandera española flameando sobre su cabeza. El San Martín que regresó en 1812 debía ser un español hecho y derecho y no vía al Río de la Plata, precisamente a luchar contra la nación donde había transcurrido la mayor parte de su vida. No existe, pues, fundamento histórico para caracterizar a la Revolución como movimiento separatista (y por ende, pro inglés) Sorprendente, también, que la independencia se declare recién seis años después, especialmente porque si “la máscara de Fernando VII” obedecía a la desfavorable situación mundial de 1810 para declarar la ruptura ¿cómo explicar que ésta se declare en 1816 cuando el contexto internacional era, para nosotros, peor aun?
¿Por qué peor? Pues, mientras Fernando VII permanecía cautivo se convirtió en símbolo de las aspiraciones nacionales españolas. Derrotados militarmente los franceses, Fernando recuperó el Trono, pero tan pronto como llegó a España se apresuró a restablecer la monarquía absoluta del siglo anterior, da un giro a la derecha, persigue a los liberales, anula la constitución democrática de 1812, y la obra reformadora realizada en su ausencia por las Cortes (1814).
El resto del reinado de Fernando VII estuvo marcado de una represión sangrienta contra los movimientos de inspiración liberal. Durante los «seis mal llamados años» (1814-20) se limitó a restaurar la monarquía absoluta como si nada hubiera ocurrido desde 1808.
Por eso nuestro San Martín, a la sazón gobernador de Cuyo y en trance de organizar el Ejército de los Andes, ya nada puede esperar de la España democrática y es su convencimiento de la necesidad de declarar la independencia. La reclama con urgencia y así se lo hace saber en sus cartas a Godoy Cruz, diputado por Mendoza en el Congreso de Tucumán: «¡Hasta cuándo esperamos declarar nuestra independencia! ¿No le parece una cosa bien ridícula acuñar moneda, tener el pabellón, y por último hacer la guerra al soberano de quien en el día se cree dependemos. ¿Qué nos falta más que decirlo? Por otra parte, ¿qué relaciones podremos emprender cuando estamos a pupilo? Los enemigos (y con mucha razón) nos tratan de insurgentes, pues nos declaramos vasallos… Ánimo, que para los hombres de coraje se han hecho las empresas. Veamos claro, mi amigo; si no se hace, el Congreso es nulo en todas sus partes, porque reasumiendo éste la soberanía, es una usurpación al que se cree verdadero, es decir, a Fernandito.»
Fernando VII, ya no era el mismo, había dejado de ser esperanza. En el presente se lo veía organizando un fabuloso ejército para recuperar el territorio emancipado y restablecer la el absolutismo antidemocrático. Ahora sí, habiendo perdido todas las esperanzas puestas en su persona, y a pesar de las condiciones adversas, había llegado el momento de declarar nuestra independencia. Era el 9 de Julio de 1816.