UN BARRIO DE SÓLO UNA MANZANA EN EL CORAZÓN DE NUEVA POMPEYA
En un rincón de Nueva Pompeya, a pocas cuadras del Riachuelo, un puñado de historia se conserva dentro del perímetro de una manzana. Entre cuatro calles se amontonan las 92 casas que conforman el barrio conocido como la Colonia Obrera, construido hace 103 años para albergar a familias de trabajadores por la Sociedad de San Vicente de Paul, una asociación benéfica de laicos católicos que se formó hace un siglo y medio.
En el centro de la manzana, hay una torre con reloj y campanario desde el que se accede al panorama completo de una peculiar arquitectura: el primer anillo de casas que rodea a la torre queda separado del segundo por un pasaje peatonal, cuadrangular y sin nombre. Otro pasaje parte al medio la cuadrícula de Norte a Sur y la divide en dos sectores: al Oeste, las casas con número par, y al Este, las de número impar.
En una de las últimas vive Elisa Calviño, de 89 años. A los 9 se mudó a la Colonia con sus padres gallegos, estudió en la escuela de monjas cerca del barrio y a los 13 se enamoró de su esposo, Julio, uno de sus vecinos, bailarín de tango. «Acá éramos todos obreros, españoles e italianos. Pobres, pero con dignidad», recuerda Elisa. «Vinimos porque mi mamá era muy religiosa. Para entrar tenías que estar casada por iglesia y si tenías muchos hijos, más te ayudaban.»
En aquellos años, cuenta Elisa, las Damas de Caridad de San Vicente de Paul, como Elena Grondona o Dolores de Anchorena, visitaban a cada una de las familias para asistirlas y vigilar el cumplimiento de las «normas de conducta» enmarcadas en un cuadrito que debía ir colgado en cada puerta. Pero hoy las cosas cambiaron: «Las damas hace más de 20 años que dejaron de venir», comenta. Y agrega: «Antes se liberaban casas, pero la gente de ahora no se va».
Es que en la Colonia ninguno de los habitantes es propietario: pagan una «cuota» o «alquiler» mensual a la Sociedad que, en promedio, ronda entre los 300 y 500 pesos. Cada dos años se renueva el contrato y, en principio, quien desea ingresar debe anotarse en una lista de espera, aunque hoy son muy pocas las llaves que se entregan. LA NACION se contactó con la Sociedad San Vicente de Paul para consultar sobre los mecanismos de admisión y transferencia de las llaves, pero no obtuvo respuesta, ya que, según se informó, las autoridades estaban de vacaciones.
«Antes era una reliquia tener la casa en orden», explica Félix Comán frente a su casa, que queda enfrente de la torre central. Ahora está jubilado y se dedica a cortar el pasto que crece entre las baldosas de los pasajes y a hacer algunos arreglos en la vivienda. «Le pongo lo mismo que si fuera mi casa, porque para mí ésta es mi casa», dice. Félix y su mujer, Rosa, nacieron en Santiago del Estero y se vinieron de chicos a Buenos Aires. Hace más de 30, Rosa trabajaba en la casa de una de las damas de la Sociedad; hoy vive con Félix y uno de sus hijos en una de las casas pares.
Hace más de 35 años, Mariana Martínez, de 72, se fue a vivir a la Colonia con su madre y sus tres hijos. Antes vivían en Flores, en el edificio de un colegio tomado. «A los 23, me quedé viuda y mi mamá estaba enferma, entonces una persona de la Sociedad me trajo acá», cuenta. Hoy vive con su hijo en la casa 15. En otra, vive su hija Silvia, con sus nietos.
Salvo por el pasaje central, que muchos utilizan para acortar camino a través de la manzana, en los senderos internos se impone el silencio, aunque la quietud se vea interrumpida a veces por turistas o sets de filmación de series de televisión o cine, como durante la realización de una película en la que Isabel Sarli protagonizó una escena en la gruta con la imagen de la virgen de Lourdes que está en la base de una de las paredes de la torre central.
En ese mismo santuario, se sigue rezando el rosario. Carmen, que vive en la casa 60, es una de las encargadas de cuidar la imagen de la Virgen: «Para mí, ésta es la Manzana de las Luces, mi vida pasa por acá». Nació en el 51, su abuela fue una de las primeras en llegar a la Colonia y trabajó 44 años en el Hospital Aeronáutico. «Antes era como un pueblo, nos conocíamos todos. Es un paraíso terrenal, aunque a veces sea la pasarela de las villas», cuenta. Es que a pocas cuadras de la Colonia está la villa Zavaleta, que, junto con la 21-24, conforma el asentamiento más poblado de la Capital.
Fuente: lanacion.com.ar