Norita Cortiñas: “Nosotras teníamos que asimilar la lucha de ellos”
Norita Cortiñas es la mamá de Gustavo, hijo desaparecido por la última dictadura militar argentina, y por quien, desde hace 45 años, marcha cada jueves en Plaza de Mayo, pidiendo memoria, verdad y justicia.
Con ternura y entereza, Nora Morales de Cortiñas, Norita, nos invita a repasar estos 45 años de lucha, que tienen como protagonistas a las Madres de Plaza de Mayo y a esa ronda de cada jueves, reclamando por sus hijos desaparecidos durante la última dictadura militar argentina.
El 10 de abril de 1977, Norita ve por última vez a su hijo Gustavo: era un domingo de Pascua y él se volvía a Buenos Aires, mientras sus papás se quedaban descansando y cuidando de su hijo Damián, en Mar del Tuyú. Cinco días después, Gustavo es detenido desaparecido en su casa de Castelar. “A partir de ese momento, yo salí a la calle y no había nadie que me pare en la búsqueda.”
Gustavo Cortiñas trabajaba en el Ministerio de Economía y fue allí, donde encontró una compañera que lo acompañó en sus primeras inquietudes militantes. “Le pidió a Antonia que lo lleve donde ella militaba, a la Villa 31 (actual Barrio Mugica). Se empezó a interesar por ayudar a la gente y perseguir la justicia social,” relata orgullosa Norita. “Al principio, me parecía bien. Pero después, cuando vimos que empezaba la persecución y la represión de la dictadura cívico-militar-eclesiástica, con mi marido empezamos a tener miedo.” En esos tiempos de militancia, Gustavo conoció a Ana, con quien después se casaría y tendrían a Damián, aquel bebé que se quedó con sus abuelos en la costa, mientras torturaban a su mamá y desaparecían a su papá en Buenos Aires.
Y es a partir de este suceso, que Norita se ve envuelta en una lucha inesperada. “Nos salía de las vísceras salir a buscar a nuestros hijos. No había tiempo para ver si convenía salir o no.” Y así fue, como esta búsqueda le presenta a Norita nuevas compañeras de lucha: madres de hijos e hijas desaparecidos, que, como ella, buscaban una explicación. “Nos íbamos enterando de las brutalidades, de las torturas, de que se apropiaban de los bebes de mujeres embarazadas y en cautiverio.” Y en relación a su hijo, nos dice: “pensábamos que algún día lo íbamos a encontrar a Gustavo, pero no fue así. Y hasta ahora, nunca supimos lo que pasó con él ni con los treinta mil. Fueron años muy terribles, de angustia, siguen siendo de angustia. Pero teníamos que volver a la Plaza (de Mayo), que era nuestro lugar de lucha,” y es aquí cuando Norita menciona orgullosa lo que se inició hace 45 años: las rondas de las Madres. “La Plaza es como un bastión de lucha, donde tenemos que estar cada jueves. Es el reencuentro con nuestros hijos e hijas. Y con todas las mujeres que tenemos en claro seguir la lucha. La Plaza nos une, aunque sea una vez por semana y media hora. Estamos juntas, cuando leemos los nombres de los desaparecidos, ellos están presentes. A una sola madre, no la hubiera entendido nadie. Pero miles de madres, miles de voces y miles de gritos, hizo que nos escucharan en el confín del mundo.” Y en esta simbología tan fuerte, Norita habla del pañuelo blanco que tanto las identifica: “representa a los treinta mil detenidos desaparecidos. Representa la búsqueda de la verdad, de la justicia y de la memoria.”
Con el paso del tiempo, Norita nos relata lo que iban comprendiendo. “Nos fuimos dando cuenta de los intereses económicos que se escondían detrás de esta represión y de la incidencia de Estados Unidos, y comenzamos a repudiarlo.” Algo que también apareció con el correr de los años, fue el sentimiento de orgullo por sus hijos desaparecidos. “Al principio, el miedo hacia que una no alentara mucho la militancia. Pero cuando vimos que era un acto de solidaridad, no dudamos en pensar que era un orgullo. Nosotras teníamos que asimilar la lucha de ellos, fijándonos donde estaba dirigida esa lucha y saber que había que continuarla. Nosotras, Las Madres, que tomamos las banderas de luchas de ellos y de ellas, queremos lo mismo: que haya Justicia Social.” Y al respecto, Norita nos habla de actores que se repiten. “No entendemos la deshumanización de la sociedad y de los grupos fascistas o de derecha que hoy existen todavía. Y entonces, cuando volvemos atrás, muchas madres vuelven a tener ese miedo que teníamos nosotras de cuando nuestros hijos salían a militar, yendo a una marcha o apoyando causas populares.” Como si su batalla no fuera suficiente, las Madres de Plaza de Mayo no han dudado en acompañar, durante estos 45 años, grandes luchas sociales. “Nosotras tenemos un compromiso que sigue: tenemos que estar en las luchas populares de ahora, como si hubieran estado nuestros hijos. Tenemos la obligación de tener en cuenta eso y seguir exigiendo que se cumplan medidas en defensa de los derechos del pueblo.”
Norita nos cuenta que estos 45 años de lucha, también, le han valido de mucho. “Vivo feliz, tengo familia, tengo otro hijo (Marcelo), tengo nietos, bisnietos, tengo nuera y amigas… que me ayudaron a sobrepasar muchos momentos de tristeza. Que no significa que uno no siga teniendo ese sentimiento. Pero lo que encuentro, en todo este caminar, es el amor expresado. No es solo que te quieran: es que te expresen el amor. Y lo tuve, lo tengo y lo comparto. Y a mí, la lucha colectiva me enseñó a escuchar. Yo doy amor, porque recibo amor. Y sé que es imprescindible para vivir,” mientras nos agrega que cada noche agradece al Gauchito Gil y que, toma clases de canto, como algo espiritual para intercalar con su militancia y que la ayudan a vivir un poco más feliz.
Para concluir, Norita nos cuenta y suplica: “Veo a Gustavo en cada marcha que voy y veo que hay miles de jóvenes que siguen luchando. Les pido que no bajen los brazos, que piensen en los treinta mil. Si ustedes aflojaran, que sería de este pueblo, que necesita tener a los jóvenes con toda la vitalidad y esperanza, para lograr lo que ellos no lograron: la justicia social.”