«NEW POMPEY»: NUEVA POMPEYA TIENE SU QUIJOTE
Narrativa argentina. En “New Pompey”, de Horacio Convertini, el regreso al barrio de infancia y un robo se convierten en metáfora de los 90.
POR DANIEL GIGENA
Carlos Lisarre, Cali, un periodista homosexual recién separado, de cuarenta años, vuelve a la casa de sus padres en Nueva Pompeya luego de la muerte de su madre. La casa lo recibe con frialdad y reacciona ante su presencia “como un organismo amenazado por un virus”. Para sumar lobreguez a esa noche invernal del año 2001, por la televisión los economistas del establishment elogian el megacanje firmado por Fernando de la Rúa y su ministro de Economía. Escéptico, Cali apaga el televisor cuando suena el timbre de la calle. Con la llegada del Chino Reilly, viejo amigo de la infancia, ingresa también una segunda historia en la novela, que apenas se adscribe al género policial. Si bien el Chino le propone a Cali un plan para robar un dinero sucio guardado en el viejo club del barrio donde se hicieron amigos, un acento gótico predomina en New Pompey . En el marco de las aguas pestilentes del Riachuelo, “una cloaca gigante que despide gases podridos” y cerca de la que nada bueno podría crecer, Cali debe enfrentarse a un repertorio de fantasmas y tribulaciones. El primero es el Chino: “Ese pelo ridículo. Le falta un diente. Parece consumido”.
Fascinado por su propia decadencia, Cali escucha los desvaríos de su amigo: “Donde estaba Envases Centenera van a poner un estudio gigante para filmar películas. El Puente Alsina, olvidate, a pleno, lleno de luces como el Puente de Brooklyn. ¿Y Sáenz? Mejor que la Quinta Avenida”. Los dirigentes de Unidos de Pompeya regalan el club por trescientos mil pesos, un peaje para que la burocracia estatal, luego de expropiar las tierras, se las ceda al testaferro de un ministro. El fruto de la “manganeta” está oculto en una caja fuerte. Allí entra en escena un tercer personaje, el Ruso Romitroski, dueño de un humor desbordante y de la clave para abrir la caja fuerte. En cada capítulo –a veces propuestos como informes del legajo afligido del protagonista; otras, como retratos de los personajes– Horacio Convertini conjuga escenas del pasado de Cali con la acción abrasiva del presente. Se diría que el eje de la novela reside en la conciencia fisurada del protagonista, un escritor “puto” (como su amigo lo llama en los entretenidos diálogos que ambos mantienen, licor de huevo y caña Legui mediante) con el deseo de huir lejos del club, de sus padres y de Pompeya pero al que la historia ubica de nuevo en la casa de la esquina de Luppi y Centenera, sobre la colcha aterciopelada de la cama materna: “Yo vine a quebrar la buena marcha de las cosas. Un hijo puto. Nadie planea un hijo puto”. No obstante un robo, frustrado o exitoso, puede entrañar un nuevo comienzo.
“El decorado de la novela es mi barrio, en el que nací y en el que crecí, al que me siento unido por un lazo de pertenencia aunque ya no viva ahí –dice el autor–. Un barrio que fue víctima del derrumbe de la sociedad fundada por el primer peronismo, un barrio fabril que se vino abajo con el cierre de las grandes fábricas. Pompeya se volvió esqueletos vacíos, cuentapropistas que se fundían enseguida, obreros sin trabajo que parían hijos marginales. New Pompey también es una lectura de los efectos de los años noventa: el sueño del Primer Mundo que se desploma sobre una orilla de Buenos Aires.”
(fuente: Clarín)