Sociedad

DE 08.30’ A 08.32’

Ricardo Jorge Pareja / parejaricardo@hotmail.com

María Luján, la mamá de quien en vida fuera Lucas Menghini, convertida por obra de las circunstancias en abanderada de las víctimas directas e indirectas del “Estrago Doloso” que hace un mes se cobrara en la Estación de Trenes de la Plaza Miserere, la vida de 51 inocentes, solicitó ante las cámaras de televisión, se realizara  un bocinazo masivo entre las 08.30 y 08.32. Una manera de solidarizarse con ellos, de parte de todos nosotros, ante tamaño hecho luctuoso. Todos los medios radiales y televisivos, se hicieron eco del “llamado”.

Como no tengo coche, y la invitación se hacía extensiva a “hacer ruido” con lo que uno tuviera a mano, me quedé expectante, aguardando la reacción a la que me sumaría, elevando al máximo el volumen de mi televisor, la radio, y golpeando dos cacerolas, aprovechando la ventaja que hoy me dispensa el tener un balcón a través del que “poder asomar toda mi humanidad a la calle”.

Acá no se trataba de solucionar algo…mal puede reverse el tremendo escarnio del que somos objeto a través de semejante bochornosas gestiones de gobierno, mediante un simple “bocinazo”. Se trataba de rendir un homenaje a través de la memoria; de decirles “presente”, a esos muertos, y a esos que no estándolo, cargaran por el resto de sus días, con el estigma físico o síquico más cruento.

¡Es verdad!; yo vivo en un  barrio alejado de la zona céntrica de la Ciudad…alejado del  de Once. Sin embargo, a esa hora de la mañana, el tránsito vehicular es intenso. Cientos de vehículos se movilizan…se trata de una hora “pico”, como le dicen, en la que la mayoría de la gente se dirige a sus lugares de trabajo.

A la hora 08.29, elevé el volumen del televisor y la radio al punto máximo. A las 08.30, ya estaba batiendo cacerolas en el balcón. “Será además, una buena oportunidad para cuando menos conocer el rostro de mis nuevos vecinos”, pensé.

A mis oídos, llegaba el sonido alentador que provenía del televisor. De la calle, nada. Pasadas las 08.32, abandoné el balcón. Las imágenes eran conmovedoras. Podía ver al papá de Lucas, agradecer emocionado, semejante muestra de solidaridad.

Pasados unos minutos, golpearon a la puerta del departamento que alquilo. Dos vecinas, una del mismo piso, y otra del piso superior, evidentemente irritadas, sin mediar otra palabra, me preguntaron si estaba loco, o dispuesto a alterarles su ritmo normal de vida. Me excusé, y cerré la puerta; finalmente me había dado el gusto de ver el rosto de dos de mis nuevos vecinos, mucho más de cerca de lo que podía llegar a imaginar. Afuera, me pregunta. ¡No!, afuera no había nadie. Me quedé con la imagen proyectada a través del televisor; me quedé con la emoción y la gratitud de ese papá y de esa mamá.

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