Nasha Natasha de Martín Sastre

Multifacética y talentosa, Natalia Oreiro no solamente ha conquistado dos orillas, sino también dos continentes. La actriz y cantante uruguaya, desde adolescente, se ha destacado, primero en televisión, posteriormente en cine y, paralelamente, ha construido una fructífera trayectoria musical que la ha llevado a realizar shows en varias partes del mundo.
La gira que realizó por Rusia en 2014 es el punto de partida de Nasha Natasha, el nuevo trabajo de Martín Sastre, destacado artista audiovisual conceptual, que ya había trabajado con Oreiro en la sorprendente Miss Tacuarembó, una fantasía oscura basada en la novela de Dani Umpi, pero que tenía puntos en común con la vida de la actriz de Infancia clandestina. La asociación de Sastre y Oreiro vuelve a dar frutos en este trabajo, mezcla de behind the scenes, biopic y ensayo sobre el fanatismo que los rusos pueden tener por un artista latinoamericano.
Grabada con destreza, pero también haciendo foco en la intimidad de Oreiro, Nasha Natasha son dos películas en una. Por un lado, está el presente. Esa gira interminable por una Rusia invernal, donde se mezclan los sentimientos de la artista: la fascinación por el fanatismo del público, el amor por la música, pero también la nostalgia y la melancolía por estar lejos de su familia.

La otra película, que está introducida en formato de flashbacks, reconstruye la infancia y adolescencia de Oreiro: cómo partió de Uruguay para Buenos Aires, hasta convertirse en quien es hoy, sus inicios como modelo publicitaria, paquita de Xuxa y sus primeras participaciones televisivas.
En apenas 72 minutos, Sastre construye un trabajo redondo, cuidado estéticamente, por momentos emotivo, nunca desbordante. Pero, también, bastante superficial y simplista. Las entrevistas son convencionales y visualmente rompen con el virtuosismo de la grabación de los shows rusos, así como con la estética de los backstages de la gira. Lo mejor, quizás a modo de curiosidad, son las declaraciones de las fanáticas rusas que explican, o tratan de explicar, el fenómeno Oreiro. Al mismo tiempo, resulta muy simpático la forma en que la artista introdujo a Gilda en terreno ruso. Ver a un público tan ajeno a la música tropical local bailando No me arrepiento de este amor, es realmente un punto alto del trabajo de Sastre.
Quizás el mayor valor de Nasha Natasha no es tanto el artístico (lo que termina siendo decepcionante para todo aquel que admire la obra de Sastre), sino la valoración que hace por el talento, la perseverancia y el trabajo de su artista. Tanto en lo que respecta a su carácter y personalidad, como a su infatigable amor y perfeccionismo profesional. Queda afuera casi toda su trayectoria audiovisual, pero es coherente con el concepto de que esa faceta de Oreiro no es tan conocida en Rusia.
Nasha Natasha funciona en la medida en que no se pretenda ver más de lo que hay. Es el viaje de una artista completa, pero también de una madre, una esposa, una hija. Los testimonios de sus padres y hermana, de sus amigos y de su esposo, el también reconocido músico, Ricardo Mollo, contextualizan una vida de película de una artista versátil, que tiene más que merecida esta obra, terminada en 2015 y que recién ahora llega a nuestras salas virtuales, gracias a Netflix.

Más una curiosidad para fans, que un trabajo cinematográfico profundo y personal, Nasha Natasha logra su meta: destacar las habilidades artísticas y la intimidad de Natalia Oreiro, con bajas pretensiones, pero altas expectativas, y también intentar comprender de qué forma el lenguaje musical se puede convertir en un puente entre dos culturas, aparentemente, opuestas, ideológica y geográficamente. Ese nexo es “nuestra Natalia”.