LO JURO POR LOS DOS QUE ME CUELGAN
COMO SE JURABA EN LA ANTIGUEDAD Y EL ORIGEN DE RITOS ACTUALES QUE DESCONOCEMOS
¿Cuántas veces alguno de ustedes se a llevado su mano derecha a la entre pierna para reafirmar su virilidad ante otro? ¿Cuántas veces hemos escuchado aquello de “…por mis cojones” esto o aquello?, o incluso nosotros mismos hemos utilizado tan socorrida expresión, en un ímpetu y demostración de poderío testicular.
La mayor parte de las veces se le atribuye a una conjunción entre juventud y búsqueda de la posición jerárquica en el grupo, lo que suele coincidir con la llamada “edad del pavo”.
Para más detalles, esa demostración viril, suele ir acompañada de un apretón de sendas partes, con movimiento repetitivo de elevación de los “testigos”, a la vez que se pronuncia la frase que se desea atestiguar como verdadera. Si, leyeron bien, dije “testigos”, ya que la palabra “testículos” proviene, etimológicamente, del latín testículus, compuesto por testis, que significa “testigo”, al que se añade el sufijo “culus” que se utiliza como diminutivo; por tanto un testículo es un “pequeño testigo”.
Pero, ¿Qué tiene que ver todo esto con el hecho de testificar? Pues resulta que el acto de llevarse una mano a los “pequeños testigos” para reafirmar lo dicho no pertenece solo a los jóvenes contemporáneos, sino que proviene de nuestros antepasados romanos.
Así juraban los antiguos romanos (Revista Muy Historia N° 16)
Los antiguos romanos, aunque poseían variados dioses a los que rendían culto, no disponían de una Biblia sobre la que jurar cuando debían declarar diciendo obligadamente la verdad. Por ese motivo el derecho romano (que sólo reconocía capacidad de declarar como testigo en juicio a los varones) obligaba a los hombres a jurar por sus testículos, es decir a palpárselos para atestiguar que lo que decían era toda la verdad y nada más que la verdad.
De hecho, la palabra “testigo” deriva del antiguo “testiguar”, “atestiguar”, proviene del latín “testificare”, que está compuesto por testis (testigo) y facere (hacer); podemos decir entonces que testificar significa literalmente “tocarse los testículos”, pues así lo hacían los romanos.
Sin embargo, la relación testículo-testigo va más allá, pues antiguamente los papas debían demostrar que tenían sexo masculino para poder acceder al papado (este hecho sigue sin ser reconocido por la Iglesia Católica), y la forma de atestiguarlo era permitiendo que fueran “palpados” sus testículos en prueba de masculinidad.
Aunque lo que voy a narrar parece ser una leyenda, existe una historia, incluso con datos biográficos, sobre la existencia de un papa de sexo femenino que estuvo en su cargo durante dos años, y que podría haber dado lugar a la costumbre posterior de comprobar el sexo de un cardenal previamente a ser propuesto para papa. La mujer de esta historia o leyenda se llamaba Juana, al parecer era hija de un monje y consiguió hacerse pasar por hombre de nombre Juan para conseguir obtener mayores conocimientos, los cuales estaban prohibidos a las mujeres. Trabajando como escribano pudo moverse con cierta libertad entre la aristocracia, llegando a ser secretario del papa León IV.
Existen numerosas versiones sobre la forma en que Juana llegó a ser Juan XIII a la muerte de León IV, e incluso sobre la procedencia y otros variados datos biográficos, pero no existe nada concluyente al respecto.
Lo que si llama la atención, son algunas cuestiones que se derivan de varias actuaciones eclesiásticas, al parecer con la intención de borrar este hecho de la historia de la Iglesia Católica; una de ellas es la existencia de un segundo papa Juan, pero que no reinó como Juan XIV, como sería lógico por orden numérico, sino que fue nombrado también Juan XIII, como calcando al anterior para eliminar su existencia.
Sin embargo esa es otra historia y la contare completa en otro momento.
De esa historia saldrá más tarde un proceso de testificación por “palpación” del candidato a papa, y se los contare por lo curioso del sistema, y no por su morbo, aunque sin duda también lo tiene:
Según una de las varias versiones que circulan, el cardenal candidato a papa debía sentarse en una silla que tenía un agujero en su mitad. Posteriormente, el cardenal más joven del cónclave tenía que palpar los genitales al Papa introduciendo la mano por debajo de la silla y “testificar” luego a los demás que no había fraude en la elección. Si la prueba era válida, exclamaba en voz alta “Duos habet et bene pendebant” (”tiene dos y cuelgan bien”), atestiguando así que ninguna mujer se ha hecho pasar por hombre. Otra versión dice que eran todos los cardenales del cónclave los que pasaban uno a uno a palparle los testículos al futuro papa, lo cual añade un poco más de morbo si cabe al proceso