PERO ME QUEDO CON LOS ROSTROS DE LA BÚSQUEDA DESESPERADA
Y me quedo con aquella definición respecto a la indiferencia, como “aquel estado extraño e innatural en el cual, las líneas entre la luz y la oscuridad, el anochecer y el amanecer, el crimen y el castigo, la crueldad y la compasión, el bien y el mal, se funden”.
Ocurre que ese dolor imposible de dimensionar; esos rostros aniñados o no aniñados, cuyas miradas navegan en la nada de la incomprensión, han quedado signados por el estigma que les acompañará por el resto de sus días. Algunos podrán acceder al tratamiento sicológico capaz de morigerar semejante constante pesadilla. Otros, seguramente tropiecen con la más patética de las indiferencias, condición propia del único animal racional que habita el planeta, el hombre.
Pienso en mi perrita cocker. Las veces que he enfermado, o he debido estar postrado por alguna que otra circunstancia, no hubo manera de separarla de mi lado. Se negaba a comer y hasta a beber agua. Mi perrita cocker, no razona, apenas se expresa y moviliza por “instinto”. En eso hemos concluido los humanos.
Me quedo con los rostros de la búsqueda desesperada; con esos otros rostros que navegan en la tragedia que agota toda posible capacidad de comprensión. En un tiempo no muy lejano, se integraran a otros tantos que atesoro en el registro de la memoria. Doy gracias a Dios por llevarles conmigo. Doy gracias a Dios por no ser alguno de esos rostros, y sobre todo, por no formar parte de esa legión igualmente humana de la indiferencia.
Ricardo Jorge Pareja
parejaricardo@hotmail.com