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CAFÉ: ¿PAGAR POR LA CHARLA Y NO POR EL CONSUMO?

el Café pay-per-minute: ¿una nueva Tendencia mundial?

UN CAFÉ Y NOS VAMOS

Si el tiempo es dinero, ¿por qué no pagar por el tiempo que pasamos en un café en vez de hacerlo por la bebida en sí misma? Un concepto nacido en Moscú que se expande al resto de Europa. ¿Podrá llegar a la Argentina?

Los mozos porteños suelen llamar «claveles» a los clientes que, con un mínimo pedido -un café o una gaseosa-, permanecen horas en la mesa del bar o café; los mismos no suelen ser bien vistos por los dueños de los locales, que consideran que quitan lugar a otra gente que tal vez consuma o gaste más.

Tal vez esta sea la idea que anima a la tendencia actual de los cafés pay-per-minute, es decir que cobran por el tiempo allí transcurrido, pero también existen ventajas para los consumidores: pareciera que los amantes de las cafeterías de todo el mundo están abrazando la idea de relajarse en un lugar sin preocuparse por el elevado costo de los productos o por los mozos que miran el reloj.

El concepto de estos “anticafés” (así se autodenominan en Rusia, cuna del fenómeno) resulta alternativo y novedoso por un lado, pero por otro tiene cierto vínculo con la nostalgia, evocando el escenario de épocas más simples para su clientela (largas noches de charla universitaria, sitio obligado de reunión con los amigos, refugio para antes o después de alguna salida nocturna, etc.) donde el lugar para estar, disfrutar y compartir era mucho más importante de lo que allí se consumía. El principio es simple: comprar “espacio” por minuto, por hora, o por mes; concretamente, pagar solamente por el tiempo que se transcurre en estos locales y no por café malo, brownies descongelados y servicio lamentable.

El café por minuto te ofrece espacio para ser o no ser: la elección de actividades queda a tu cargo y es irrelevante, siempre y cuando muestres la urbanidad necesaria al desarrollarlas. Tenés té, café, cookies y snacks variados sin cargo, al igual que el Wi-Fi; podés incluso llevar tu propia comida y hasta pedir delivery (!). Hay una regla principal: no está permitido fumar ni beber alcohol. Durante el día, estos locales son ideales para todos aquellos que son lo suficientemente responsables para trabajar sin estar atados al escritorio de sus oficinas; para todos los demás, el mejor horario para visitarlos es la tarde-noche, momento ideal para ejercitar otras habilidades aparte de las laborales: jugar juegos de mesa o videogames, ver cine de autor o simplemente conocer gente nueva. Cada uno de estos particulares cafés ha desarrollado su propia agenda y estilo.

Usos horarios

Ziferblat, cadena rusa pionera en esta tendencia que cuenta con diez sucursales en su país, recientemente abrió una nueva en el coqueto barrio londinense de Shoreditch, donde los visitantes pueden relajarse por £0.03 el minuto. Allí, los clientes toman un reloj con alarma al entrar al café (en ruso ziferblat significa, justamente, la esfera o cara del reloj), anotan el horario de entrada y luego presentan el reloj a la salida cuando quieren irse. Mientras tanto, pueden servirse a gusto distintos snacks, cookies y café recién hecho de la máquina de espresso. La distendida política de este café se extiende a su ambiente y decoración, que combina muebles de distintos estilos con un piano para que los clientes puedan tocar si así lo desean, en lo que parece una riesgosa estrategia. «Cada cliente de Ziferblat se vuelve una suerte de micropropietario del espacio, donde es responsable por el mismo y capaz de influir en su vida», explica la compañía.

La pregunta que asoma inevitablemente es, ¿podría este modelo de negocio tener éxito en Argentina? El que responde es un experto en el tema: “Esto del café pay-per-minute es, sin duda, una experiencia en todo sentido. Como novedad, está increíblemente bien. ¿Quién no iría a uno de estos locales, aunque más no sea por curiosidad? Analizando este modelo, es una forma de promocionarse”, explica Martín Mellincovsky, responsable de Establecimiento General De Café. Y amplía: “Acá se hizo algo relativamente similar, con restaurantes donde uno pagaba a voluntad, según lo que consideraba valía el servicio… está bueno mientras cierren los números (risas). Todos los modelos son aplicables si son rentables. Porque no es que te dan el café gratis, todo tiene un costo. Es un modelo particular; como tal, tiene distintas variables. Hay que hacer un estudio muy certero acerca de cómo usa la gente su tiempo… Una cosa es cierta: como moda, este tipo de lugares son bastante llamativos y la gente se engancha; no tiene necesariamente que ver con la calidad sino con la novedad”.

Este modelo parece, en buena medida, inspirado o alentado para evitar el problema del cliente que se queda años en una mesa consumiendo apenas un minúsculo café y ocupando el espacio de otros clientes potencialmente más gastadores. No obstante, para Martín este problema no es exactamente un problema:“En una hora pico procurás que la gente consuma lo que sea según el horario (almuerzo, merienda, desayuno). Pero la ocupación extra es parte del riesgo que tenés al abrir un local: en una cafetería buscamos que la gente venga a tomar café.

Tratar de ahuyentar a los clientes que se quedan horas en el lugar consumiendo un solo café o estimularlos abiertamente a que consuman más no es una táctica conveniente. Nosotros no tenemos problemas en ese sentido: ofrecemos un buen lugar para estar, pasamos jazz, buena música en general, hay confort, silloncitos, tranquilidad, ambiente agradable. No te quedarías en un lugar donde te sentís incómodo. Es un error ver esta ocupación extra como algo que está mal, porque un lugar lleno nunca deja de ser rentable”.

De Rusia con reloj

El modelo, a juzgar por lo que sucede en Europa, tiene éxito y empieza a tomar cada vez más impulso. Además del ejemplo londinense, también está el Anticafé en París, que en sus dos locales céntricos cobra a sus clientes –una abigarrada mezcla de jóvenes profesionales locales y extranjeros- unos €4 por hora (o bien €12 por todo el día) incluyendo bebidas, snacks y wi-fi. Hay tortas, cookies, fruta fresca y patisserie, pero no sirven comida salada ni caliente; no obstante, los clientes tienen la posibilidad de concurrir con sus propias viandas. Aquí hay baristas que preparan los cafés con mayor grado de complejidad como por ejemplo un cappuccino.

Otro ejemplo se da en Wiesbaden, Alemania; en esa ciudad el Slow Time Café abrió sus puertas en 2013, en un espacio de 75m2 que luce como un living y provee libros, juegos de mesa y hasta pantuflas (!). El concepto del tiempo está dado vuelta, con varios relojes que adornan el lugar mostrando horas diferentes: la idea es que la gente se olvide del tiempo y se concentre en el ambiente.

“Es más fácil –y barato- conocer gente aquí que en un bar común, donde tenés que pagar tragos muy caros”, explica Daria Volkova, su propietaria rusa. Entrar a este café cuesta €2 (cada cliente recibe una pulserita con el horario de ingreso) y el precio cubre la primera media hora; luego, el cargo es de €0.05 por minuto (€3 la hora). Para ganar dinero, Volkova considera que con una docena de clientes por hora se arregla: sólo tiene una empleada y gastos mínimos. “Mi idea es capturar el espíritu de los tiempos”, asegura esta emprendedora de 24 años.

Esta tendencia originalmente surgió en Moscú, donde el número de los «anti-cafés» que cobran por el tiempo continúa en aumento. Uno de los más famosos es FreeLabs, situado en una mansión del siglo XIX en el corazón de la ciudad; el mismo está dedicado a las artes, la creación y la paz mental. El edificio se renovó por completo pero mantiene su aire pre-revolucionario, con cielorrasos altos y amoblamiento heterogéneo. Durante el día se puede trabajar, conversar o ver alguna muestra de arte; por la noche hay cine, conciertos y la posibilidad de conocer gente. El precio son 100 rublos por hora o 1000 por 20 horas (abre todo el día).

Otro reducto moscovita es el SmArt Loft, espacioso, confortable y moderno; durante el día hay un distendido pero laborioso ambiente, con laptops, tablets, scanners, impresoras (de uso gratuito), pizarras, proyectores y pantallas. Por las noches el panorama es variado, desde conferencias sobre arte hasta –se dice- reuniones de la mafia rusa (¡!). La primera hora cuesta 150 rublos, el resto 120 cada una. Por su parte, en el Babochki un minuto cuesta 2 rublos; aquí es posible saborear una comida sustanciosa, pero también leer un libro de la biblioteca, beber buen café o dar una master-class a los demás clientes.

Lo principal es recordar que el tiempo es dinero, como declaró su manager Pavel Melnikov al diario la Voz De Rusia: “Este lugar no insiste en ningún formato, no fuerza a nadie a seguir lo que dictan las reglas. Podés estudiar, leer, trabajar; algunos maestros y tutores dan sus lecciones aquí. Este lugar representa un nuevo formato, donde la gente puede hacer lo que quiera”. Y sí: la libertad sigue siendo el más atractivo de los ganchos, más allá de cafés, de modelos y de precios.

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