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«Francisco nos recuerda que la felicidad es compartida»

A 10 años de la transformación de Bergoglio en Papa Francisco, el Padre Agustín, sacerdote en un barrio popular, resalta la importancia de este tiempo histórico.

Agustín López Solari es sacerdote desde hace tres años y su territorio elegido para llevar la palabra de Dios es el Barrio Mugica, ex Villa 31. En esta entrevista, nos cuenta de su recorrido y, sobre todo, nos ayuda a dimensionar los 10 años del Papa Francisco al frente del Vaticano.

¿Qué significa ser sacerdote en un barrio popular?

Ante todo, es ser de Dios y de los demás. Es un estilo de vida de consagración, donde uno elige dar la vida a Cristo y al prójimo. En el caso de los que estamos en los barrios populares (en mi caso, en la Villa 31), tiene una dimensión de consagración al servicio del pobre, de los marginados. De hecho, nosotros seguimos al Dios que se hizo hombre eligiendo nacer pobre, en una cultura de humildad y trabajo. Cristo conoció lo que es la carencia. Entonces, vivimos la consagración a este Cristo de los pobres, este Cristo villero; un Dios que hizo una opción preferencial por los pobres, a la cual yo adhiero con toda mi vida.

¿Hace cuántos años eligió este camino y cuáles cree que son sus responsabilidades más grandes?

Elegí este camino en 2010. Pero me ordené cura en el 2019, para la Iglesia de Buenos Aires. Mi responsabilidad más grande creo que es la más invisible: mantener viva la fe del pueblo, la esperanza, el ánimo en la gente del barrio, la cual tiene mucha fe. Los mismos vecinos son los que me incentivan a seguir creyendo, luchando, a estar de pie como comunidad evangélica y organizada.

¿Cuál es el mensaje para quienes han sido decepcionados por las instituciones?

Creo que todos alguna vez tuvimos una desilusión con las instituciones: porque son organismos humanos y, por lo tanto, tienen fallas. El Papa Francisco, creo, está logrando subsanar este descontento que hoy se observa en mucha gente con la Iglesia Católica, haciéndola más humana, más fraterna y más misericordiosa; más parecida a lo que Jesús enseña en el Evangelio. Es importante recordar que nuestra fe no es en la Institución, sino que nosotros creemos en Cristo. Hay que tener ese corazón para poder perdonar y separar lo que es Cristo de la Institución, que tiene sus límites y sus errores.

Se han cumplido 10 años de la transformación de Bergoglio en Papa Francisco… ¿Tuvo la oportunidad de conocerlo?

Cuando Bergoglio estaba en Buenos Aires, siendo cardenal, visitaba el seminario varias veces al año. Y se quedaba en cada curso todo el tiempo que hiciera falta. En esa modalidad, lo vi dos veces: en el año 2011 y en el 2012. No llegué a tener un trato muy cercano. Pero en septiembre del año pasado, estuve una hora charlando con él, a solas. Lo más maravilloso fue no sólo el tiempo que me regaló, sino lo que él me mostró en esa charla: que lo que él predica es lo que él vive y lo que él vive es lo que él predica. Me trató como un hermano allá, en Santa Marta, donde vive de una manera muy fraterna y cercana.

 

¿Qué podrías decirnos de él, que quizás muchos no vean?

Lo que me gustaría decir de Francisco es que, para mí, él es como un referente que tenemos que mirar, sobre todo los cristianos, para comprender hacia dónde Dios quiere llevar la Iglesia. Él no está haciendo otra cosa que volver al Evangelio. Y no por nada adoptó ese nombre. El Papa Francisco, como lo hizo San Francisco de Asís, busca volver a la ternura del Evangelio, a la misericordia de Jesús, a la frescura de la vida apostólica, a la alegría de las primeras comunidades cristianas, al fervor de los primeros evangelizadores. Es una vuelta a los orígenes. Paradójicamente, aunque parezca una contradicción, escandaliza a las alas más conservadoras.

¿Qué cree que les aporta a la Iglesia y al mundo, en general, la aparición de un Papa latinoamericano, con una formación comprometida con los que menos tienen?

El aporte es revolucionario. Y si no es revolucionario, es novedoso. Es la irrupción de Latinoamérica en Europa y en el mundo. Así como el mundo europeo irrumpió en el siglo XVI en las tierras americanas, gracias al Papa, se da vuelta. Hay una irrupción cultural de un pensamiento latino, que tiene raíces en nuestro suelo y que está dando frutos en Roma y en el mundo entero. Su mirada del mundo, porteña, argentina, latina, está sembrando semillas en cada lugar donde hace una visita pastoral. Es una gran riqueza para la Iglesia y para todo el mundo. Acá, Bergoglio esto ya lo venía sembrando hace más de una década en Buenos Aires, siendo nuestro Arzobispo en una iglesia sencilla, que no levanta muros ni pone trabas burocráticas, sino que abre puertas. Es la continuación de un espíritu que ya se venía palpitando como comunidad católica latinoamericana.

¿Cuáles son los elementos que más destaca desde su llegada al Vaticano?

Nunca voy a dejar de sorprenderme por la sencillez con la cual Francisco eligió vivir. Ya el nombre marcaba que iba a ir en esa dirección: de la pobreza y la sencillez, eligiendo el nombre del santo de la pobreza, San Francisco de Asís. Se quedó en Santa Marta, donde viven todos los obispos que van a Roma. Él está ahí como un obispo más. No eligió vivir entre los lujos y comodidades que podría tener. Me parece más heroica y evangélica la opción de vivir que eligió: que fue lo primero que hizo y hace 10 años que lo mantiene.

¿Cuáles son los mensajes más importantes para prestarles atención en lo que viene predicando?

Tenemos que recordar que somos hermanos. Tenemos que dejar de mirar al otro como alguien que compite conmigo. Y este principio de la hermandad ojalá pueda penetrar en todas las estructuras sociales: desde un jardín de infantes o una escuela hasta los organismos políticos y los sectores privados; que no sólo nos manejemos por un principio de libre comercio, de beneficio, de productividad, sino de hermandad. Como comunidad hermana tenemos que ayudarnos. No nos puede ser indiferente lo que le pasa al otro: ni a mi vecino ni al que está en la otra punta del país o del mundo. Lo que más rescato yo es eso. Francisco nos ha devuelto al corazón del Evangelio: somos hermanos, nadie se salva solo. Para rescatar el pan, para rescatar un techo o un trabajo, eso hay que lograrlo como comunidad. Habitamos esta casa común, que es la Tierra. Vivimos bajo el mismo techo, que es el cielo. Somos todas criaturas amadas del mismo y único Dios. Este mensaje va en contramano del egoísmo del mundo, que busca el sobresalir y valer más que otros. El Evangelio no va por ahí; y el Papa Francisco nos recuerda que la vida, la felicidad del ser humano no van por ahí. La felicidad sólo es real cuando es compartida, cuando es comunitaria, cuando es fraterna.

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