Opinion

CORTES DE CALLE: POR ESA PUTA COSTUMBRE

Por Víctor José Del Vento

Ahhh, la eterna pubertad criolla… Si el problema no nos acosa, nos concedemos la santísima potestad del don de bendecir, tan así como el de maldecir al prójimo con absoluta libertad, pero el día que el problema lo tenemos nosotros, miramos al cielo y clamamos que el universo se detenga…

A favor o en contra del corte de calles, lo que debiésemos practicar más a menudo, es la piedad y el raciocinio en situaciones, en las cuales, -nadie en su sano juicio lo puede negar-; existen víctimas (nosotros) y victimarios (el estado que no controla ni regula a las piratescas distribuidoras)

Comparar una demora de minutos (nunca son «meses, días ni horas»), o un desvío en el camino, contra días y días eternos de sufrires y perjuicios a las personas, en calidad de vida, economía doméstica-social-laboral, no es justo: aquí hay una clara representación del bien y del mal. No hay grises. Y no hace falta ver un noticiero con un cronista “actuando” preocupación bajo una musiquilla dramática, mientras los bomberos bajan a una viejita por las escaleras…

Y aunque pase de toda acción que se imponga sobre los derechos de los demás, hoy los cortes de calle son una mínima movilización que une a los afectados que si se eligen preocuparse por reclamar ante los oídos sordos de los funcionarios políticos TODOS (nacional o porteños), que solo “bajan” a las tierras de sus súbditos, cuando la situación es insostenible (claro que al elevado costo de interrumpir sus 3 meses de fastuosas vacaciones, en destinos con energía eléctrica)

Además de ser los cortes de calle, -para la mayoría de nosotros («los civiles»)-, la única herramienta a mano, ya que no hay líderes políticos o sociales que nos indiquen otra conducta o método a seguir. Por eso, hoy, la clase media copia a los “postergados» en sus “reclamos”. Pero ojo, que no tiene la misma entidad ética ni espíritu, el corte «político-inmobiliario» (para citar un ejemplo) de la Autopista Ilia con todo el cotillón, que los que hoy vemos por toda la ciudad con grupos espontáneos de vecinos con algunas cacerolas y carteles de entrecasa.

Los cortes de calles por la falta de luz son la decantación instintiva al agotamiento del individuo, frente al vacío absoluto de respuestas, -de las empresas en principio, y del estado luego-, cuando la ciudadanía indefensa ve que la política comercial de EDENOR y EDESUR es el mutismo (ni un chico ni un asesino “hablan” si una autoridad superior así no se lo exigen).

Para empresas así, la prestación de un servicio normal no es negocio. El verdadero negocio es “malprestar” el servicio, amparadas en las excesivas demandas de consumo, y así percibir mayores réditos económicos vía tarifas elevadas, multas usurarias a sus clientes, y subsidios y prebendas recibidas vía estado, de todo tipo. Un ejemplo: en los cortes de 2011, la justicia las obligó a ambas a indemnizar a sus usuarios. Aunque la indemnización era ridícula, -tanto como usurarios son los intereses y multas que nos aplican cuando nos atrasamos-, EDESUR pagó, pero EDENOR, no, poniendo un millón de trabas a la justicia para evitarlo. Ese es su espíritu: ganancias a como dé lugar y prestación libre de toda norma de calidad y control estatal (de este gobierno y de los anteriores)

En una entrevista reciente, José Rigane (Secretario Gral. de la Federación de Trabajadores de la Energía) desgranó un axioma esgrimido por varios líderes y pensadores de un mundo en serio (y no en joda): “el proceso de privatización y las políticas liberales y neoliberales introdujeron el concepto de que la energía es un commodity, (una mercancía). Esta visión, entiende a la energía como un producto más de una góndola de supermercado. Pero cuestionamos esto, porque la energía es un bien social y es patrimonio del pueblo. La energía es un derecho humano más”.

EDESUR y EDENOR hablan (de eso si…) y se quejan todo el tiempo con el gobierno por el “déficit de tarifa”, que es la deuda que los consumidores de electricidad en estos últimos años, “hemos” generado con ellas. Y esto se debe a que las tarifas que fija el gobierno no cubrieron todos los costos reconocidos en la regulación que ese mismo gobierno había aprobado. Esa deuda de los consumidores pasados, la pagarán los consumidores futuros, durante, unos cuantos años.

De lo que se trata en este caso, es de no negarse a ver la realidad. Participar o no de los cortes de calle está en cada quién y eso no se discute.

Pero lo que erróneamente hacemos, -para bien estival de la cuasi-humana clase política-, es hacer un guiso de derechos en cada trifulca. Y sí… Si nos preocupamos por el derecho a libre tránsito de quienes necesitan pasar con sus vehículos o en colectivos, pero nos estamos olvidando del derecho a la vida (no buena, si no básica) de los manifestantes sin luz -y en muchos casos sin agua- bajo el veranete porteño más ígneo de los últimos cuarenta años.

Cuando protestamos sobre los cortes, no es más que eso lo que hacemos: mezclar derechos y darles a unos, más privilegios que a los otros según nuestros puntos de vista. Y no debería ser así, claro que no.

El verdadero dilema es pensar a futuro que pasaría si funcionásemos más cohesionados alguna vez.

Por estos días en España, existe una crisis sin precedentes que llegó hasta que le anulasen a sus ancianos, toda prestación del PAMI gallego. Y ni hablar de los recortes a la educación pública: al lado de ellos, Macri es el Mandela de la alfabetización gratuita. Bien. El 1ero de enero, el gobierno anunció el nuevo aumento de la tarifa de la luz (el 6to en 12 meses) y es interesante la campaña de los usuarios para decirle no al aumento, desde la cohesión de pensar que es un problema de todos y no solo de los que quieran adherir o no a las protestas.

Un buen ejercicio solidario, sería acercarse a los cortes con una botella de agua fresca para los “subversivos” y preguntarle simplemente: ¿Por qué cortan la calle?

En el medio hay muchos matices, infinitos… Hasta el de un malparido que mató a su prójimo, porque no lo dejaba pasar y por ello debió hacer 3 cuadras más. Y fue acá nomás, no en Irak. Y así andamos por la vida, aunque no tengamos la imperiosa necesidad de pasar con nuestros autos por el espacio cortado, pero si con enjundia defenestramos la medida. “El otro por mí y yo para el otro”, decía Martin Luther King. Habría que pensar en practicarlo.

Y de una cosa estoy convencido: la falta de luces no la tiene el pueblo. Para nada. La falta de luces es patrimonio absoluto de las clases políticas gobernantes en la época que elija (lo desafío…) Fíjese y verá cuan cierto es. Porque si no fuese culpa de su falta de luces; ¿habríamos de pensar en que solo la putridez genética y molecular es requisito para ser gobernante? No lo creo, pero estemos atentos siempre al olor a podrido inconfundible de las conductas corruptas.

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